Ya estás cansado del pochoclo? En busca del buen cine tiene la solución... CINE EN SERIO

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Body Double (USA, 1984)



El de Brian De Palma es un nombre que se ha mencionado más de una vez en este blog; sin embargo, del director norteamericano no se había presentado aún ninguna película. Sucede que sus obras suelen generar devoción o rechazo (como aparentemente sucedió con su última creación, Passion, en el Festival de Venecia), y no abundan los grises. De hecho, la crítica suele ser muy dispar con quien muchos en sus orígenes llamaban “el Hitchcock americano” por los thrillers que le dieron renombre internacional –con Vestida para Matar a la cabeza. Para algunos se trata de un talento indiscutible dentro del séptimo arte (Tarantino es un confeso admirador de él), mientras que para otros no es más que un mediocre sobrevalorado. Lo cierto es que De Palma ha logrado mantenerse vigente durante cuatro décadas, y para ello ha sabido explotar al máximo sus virtudes: la originalidad y la reinvención permanente. Son precisamente esos los elementos que pueden apreciarse en la obra que se presenta, y que la dotan de una característica única como lo es la de carecer totalmente de género. Efectivamente, se trata de un film en absoluto clasificable por su estilo innovador -aún cuando rinde homenaje a viejos clásicos del cine noir.        

Doble de Cuerpo narra las acciones de Jake Scully, un actor que –mientras pelea por conseguir un rol importante- sobrevive haciendo papeles en películas de terror clase B. Un día en que un ataque de claustrofobia le juega una mala pasada y el estudio donde estaba se prende fuego, cuando las cosas no podían salir peor, regresa a su casa para encontrar a su novia con otro hombre. Huye despavorido al bar de un conocido, que le ofrece un techo temporario. En un taller de actuación conoce a Sam, con quien comienza a forjar una amistad. Al poco tiempo, éste le ofrece un lujoso departamento situado en las colinas de Hollywood. Como si fuera poco, el fantástico octógono de cristal no viene solo: Sam le informa que todas a las noches, indefectiblemente, una hermosa vecina realiza un baile erótico –y le provee el telescopio para seguir las acciones de cerca. Sin saberlo, termina por despertar una obsesión de la que el protagonista no parece poder escapar.

En una de sus sesiones de espionaje, Jake divisa a un extraño indio que, a su vez, también está espiando a Gloria (tal el nombre de la enigmática bailarina). Pero es cuando ve al indio persiguiendo a su objeto de deseo en cuanto ella sale a la calle, que decide intervenir y dejar de ser un mero espectador. Así es como pronto se verá involucrado en una serie de hechos peligrosos y confusos, con homicidio incluido (y que lo arroja como principal sospechoso). Con la policía tras sus pies, deberá probar su inocencia con la sola ayuda de una actriz pornográfica que se hace llamar Holly Body (deslumbrante actuación de una bella, y muy joven, Melanie Griffith).

Lejos de ser una obra maestra del cine, se trata de una apuesta osada y muy poco convencional –que alcanza actualmente el añorado rótulo de película de culto. ¿Qué debe tener una producción cinematográfica para alcanzar esa categoría, se preguntará Ud. –querido lector? La respuesta es que no hay una explicación racional o lógica sino que se trata de cuestiones subjetivas, vinculadas principalmente con lo emotivo. Lo que sí puede afirmarse es que esta clase de obras generan una devoción especial en un grupo de personas que, cada una a su manera o incluso en grupo, le rinde “culto” o la aprecia de forma peculiar. Listos para la acción, estos fanáticos están siempre dispuestos a verla una, otra y otra vez más… cual un doble de cuerpo aguardando su entrada detrás de cámara. 


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miércoles, 12 de septiembre de 2012

Der Name der Rose (Alemania Occidental – Francia – Italia, 1986)




La película que se presenta es una adaptación –lograda, por cierto- de la novela del semiólogo (por nombrar sólo una de las facetas del intelectual italiano) Umberto Eco. Fue esta recreación histórica, publicada en 1980 pero que transcurre en la Edad Media, la obra que lo catapultó a la fama. Algunos años después llegaría la versión cinematográfica, de la mano del realizador francés Jean-Jacques Annaud (Siete años en el Tíbet, Enemigo a la Puertas, El Amante –otra adaptación de un texto notable, esta vez de Marguerite Duras). La misma acierta en la recreación de aquellos tiempos oscuros tanto en lo ambiental (por la obvia carencia de luz eléctrica) como en lo intelectual, con el hombre paradójicamente mirando siempre hacia arriba pero viendo cada vez menos. Fueron aquéllos tiempos marcados por la obsesión religiosa y la obtusidad mental, tiempos en los que el temor reinaba y la independencia del pensamiento era vista como una amenaza. Es allí, querido lector, donde invita a sumergirnos la propuesta.      

El Nombre de la Rosa narra las acciones de Guillermo de Baskerville (una actuación deslumbrante de Sean Connery), un monje franciscano de agudo ingenio y vasta cultura que es convocado de urgencia a un monasterio benedictino en Italia. El año es 1327. Son tiempos de crisis para la Iglesia Católica. La autoridad Papal se ha trasladado de Roma a la ciudad francesa de Avignon. La incipiente orden Franciscana, por su parte, pregona la austeridad y la carencia de bienes materiales como el camino para llegar a Dios. A pocos días de una reunión clave entre la Delegación Papal y los Franciscanos para dirimir asperezas, una misteriosa muerte tiene lugar en el recinto. La conmoción reina en la abadía, reconocida por una frondosa colección de manuscritos que atrae a frailes de los cuatro puntos cardinales que acuden allí para copiar los textos y llevarlos de vuelta consigo. Así es como entra Guillermo en escena, acompañado de su ayudante y discípulo Adso (un joven Christian Slater).

A medida que progresan las investigaciones de los protagonistas, que van desnudando secretos de este supuesto “templo del saber” y sus intereses ocultos, se van produciendo nuevas muertes. Inevitablemente, el asunto llega a oídos de la Santa Inquisición –que no tarda demasiado en hacerse presente en el lugar, liderada por el infame Bernardo de Gui (F. Murray Abraham). Comienza entonces una carrera contra el tiempo para encontrar a los culpables de los homicidios, antes que la retrógrada influencia del tribunal comience a asignar culpas y penas –con resultados que se prevén nefastos.

El personaje encarnado por Connery resulta fascinante, y remite a las mentes más brillantes del Cristianismo (Agustín de Hipona, Guillermo de Occam o Emanuel Swedenborg). Su análisis de la influencia del humor en la Poética, de Aristóteles, y la discusión al respecto con un párroco dogmático resulta uno de los puntos más altos de la producción. Eco plantea el peligro del fundamentalismo y resalta la importancia de la apertura mental y las perspectivas múltiples como antídoto eficaz frente a ese mal. Como dato de color, cabe mencionar que el autor desarrolló un personaje a modo de homenaje a uno de sus escritores predilectos. Es ciego, está a cargo de la biblioteca y se llama Jorge… Otorgar más pistas implicaría subestimar su inteligencia. Por lo demás, es esta una gran oportunidad de ejercitarla.

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lunes, 27 de agosto de 2012

I ♥ Huckabees (Alemania – UK – USA, 2004)




Hay combinaciones que hacen que una película sea ingeniosa, cool, canchera o como quiera llamarse al hecho de ser divertido, gracioso y también profundo en forma simultánea -y exitosa. Como se puede sospechar, no es una empresa fácil. Abundan los ejemplos de fracasos en películas que quisieron lograrlo, y sólo terminaron pretendiéndolo y martirizando a la audiencia (la mención de Little Miss Sunshine se torna inevitable). Pero, afortunadamente, también están las que efectivamente dan en la tecla y logran la mezcla justa de elementos que resulta en una producción de alto vuelo artístico -superando el arduo escollo de la superficialidad. El film que se presenta pertenece al selecto grupo de obras que, sin pretender dejar mensajes, llevan a la reflexión y plantean numerosas cuestiones trascendentes; aquellas que –aún valiéndose de la ironía- generan debates internos en el espectador y cuestionan los credos que éste daba por sentado. Es una de esas obras que deja pensando y llama a la meditación, sin dejar jamás de ser un entretenimiento permanente y estar cargado del elemento más preciado: el humor, acaso la prueba más fehaciente de agudeza intelectual.

Extrañas Coincidencias narra las acciones de Albert Markovski (Jason Schwartzman), un joven escritor ecologista con dilemas existenciales que lidera una organización local que pretende evitar la construcción de una nueva tienda Huckabees. Brad Stand (Jude Law) es el ejecutivo ambicioso y superficial designado por la cadena para sortear el problema. Para ello, se infiltra en la coalición de Albert y lo desplaza como líder –siempre ayudado por los encantos de su atractiva novia Dawn (Naomi Watts), que es la protagonista de los comerciales de la empresa. Un día como cualquier otro, el protagonista se cruza tres veces con un extraño un tanto particular. Suspicaz, atribuye el encuentro a algo más que una mera casualidad. Es entonces cuando decide contratar los servicios del matrimonio Jaffe (Dustin Hoffman y Lily Tomlin), una pareja de detectives metafísicos e idealistas. Tras seguirlo y espiarlo un tiempo, le sugieren a Tommy Corn (un desopilante Mark Wahlberg) –un bombero voluntario que denosta el petróleo- como su complemento, su otro. Si bien la relación entre ambos florece, Tommy no congenia del todo con los Jaffe y se inclina más por las ideas de Caterine Vauban (la gran Isabelle Huppert), una oveja descarriada de las enseñanzas del matrimonio que pregona que la banalidad de la existencia sólo puede enfrenarse con humor. Tras presentar su mentora a su otro, las cosas marchan bien por un tiempo para el trío.

Como suele suceder, tres terminan siendo multitud. El romance que inexorablemente se va tejiendo entre Caterine y Albert  irrita a Tommy, que decide huir. Dawn y Brad, a su vez, han conocido a los Joffe y los resultados no tardan en llegar: enfocados en su desarrollo interior, comienzan a cuestionar la vida hedonista que hasta entonces llevaban. Pero sus nuevas convicciones serán puestas a prueba cuando su casa se prende fuego, con Dawn y todas sus añoradas pertenencias materiales adentro. Quien acude al rescate no es otro que Tommy, y del encuentro entre ambos surge el amor inmediato. Albert –tras una epifanía- decide presentar al confundido Brad a Caterine, con la esperanza de que lo ayude a superar el mal trago. El caos del accidente reúne a todos los personajes, y despierta reveladoras conclusiones.

El director y co escritor David O. Russell (Tres Reyes, El Ganador) logra combinar el elemento hipster con la profundidad de contenidos y modela una interesante reflexión sobre la existencia humana. Apoyado en un elenco realmente extraordinario, se anima a indagar con osadía en los conflictos y las relaciones que conforman la vida misma a través de los estrambóticos personajes que desfilan por la pantalla. De más está decir que no plantea respuestas (ni siquiera lo intenta), pero sí muchos interrogantes enhebrados entre desopilantes situaciones y humorísticos planteos. El divertimento está garantizado; la reflexión, querido lector, depende de Ud. 

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viernes, 3 de agosto de 2012

Control (Australia – Japón – UK – USA, 2007)



Una vez más, querido lector, la película que se presenta está ligada íntimamente a un género artístico diferente como lo es la música. Particularmente, indaga en la vida y obra del músico de rock británico Ian Kevin Curtis –cantante y compositor del influyente grupo Joy Division. La obra es creación del holandés Anton Corbijn (de hecho, se trata de su primer largometraje de ficción ya que hasta entonces sólo había realizado videos musicales y documentales), quien fuera fotógrafo de la banda durante su corta existencia y admirador confeso de la misma, a partir de las memorias de la viuda del artista. Filmada en un blanco y negro que acrecienta la impronta oscura que engloba las acciones, el film se caracteriza por la atmósfera poética que alcanza –aún en los momentos de mayor dramatismo.

Control narra las acciones de Curtis desde su adolescencia en Macclesfield, pueblo cercano a los suburbios industriales del Gran Manchester (un lugar “gris”, como él mismo lo definía). Ya entonces puede apreciarse la personalidad enigmática del protagonista, muy influido por sus músicos de cabecera así como por una lectura voraz. Entre los primeros, puede citarse a Bowie y a Iggy Pop como referentes de una lista que también incluye a Velvet Underground, Kraftwerk, Roxy Music, The Doors e incluso al incipiente punk de los Buzzcocks y los Sex Pistols. En el plano literario, Ian se inclinaba por Sartre, Herman Hesse, J. G. Ballard, Burroughs, Nietzsche, Kafka, Gogol y Dostoievski -por citar sólo algunos. Así, el joven de aspecto intimidante que vestía con cuero, fumaba constantemente y llevaba la leyenda “HATE” en su campera era en realidad un ser taciturno e introspectivo de elevada sensibilidad y madurez, que nunca perdía el sentido del humor. A los 19 años contrajo matrimonio con Deborah (Samantha Morton), quien luego daría a luz a Natalie. Fue por esos tiempos que comenzaba a tomar forma lo que posteriormente se conocería como Joy Division.

Casi sin darse cuenta, y como quien no quiere la cosa, la banda comenzó a adquirir un inusitado éxito, sostenido en la voz grave de Ian, sus perturbadoras letras y la solvencia musical del resto del grupo (Peter Hook en bajo, Stephen Morris en batería y Bernard Sumner en guitarra –que tras la desaparición física del frontman, se transformarían un New Order). Pero no todo era color de rosa. Curtis comenzó a tener ataques de epilepsia, que lo recluyeron cada vez más en sí mismo. Las presentaciones en vivo se le dificultaban por el temor a una irrupción de la enfermedad. Por otro lado, los problemas conyugales con su mujer se acrecentaban y el romance con una reportera belga llamada Annik tampoco ayudaba. La responsabilidad que sentía por su hija y las presiones que lo acosaban de todos los frentes (desde Rob Gretton, manager del grupo, pasando por el excéntrico productor Martin Hannett y llegando hasta las más exigente de todas, la de él mismo) fueron demasiado para el hombre de tan solo 23 años, que se vio vencido por los dilemas existenciales y perdió el control.

Las últimas horas de agonía del músico –en las que vio Stroszek de Werner Herzog y escuchó The Idiot, de la Iguana de Detroit- son quizás el punto más alto de una producción atormentadora pero ciertamente lograda en todos los aspectos –desde el plano estético hasta el musical, pasando por las actuaciones (destaca Sam Riley en el papel principal), la fotografía y los inquietantes diálogos. La reacción más esperable tras ver la cinta es el sempiterno ¿Porqué? Lamentablemente, eso no podremos saberlo jamás. Sólo restan conjeturas (con todas sus licencias, como en este caso), sólo resta la obra como legado. Y esto no es poco para quien entendía la importancia del arte como bálsamo para la existencia, y que dio su vida por intentar descifrar dónde reside la frontera. Quizás la cita sirva para entender la paradoja de quién nació en la que otrora –durante la Revolución Industrial- fuera la capital del mundo moderno:              

“To be modern is to find ourselves in an environment that promises us adventure, power, joy, growth, transformation of ourselves and the world - and at the same time threatens to destroy everything we have, everything we know, everything we are.”        

Marshall Berman, "All That Is Solid Melts Into Air".               

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martes, 17 de julio de 2012

Blue Velvet (USA, 1986)



El nombre de David Lynch es uno que difícilmente requiera presentación. Los personajes siniestros de pequeñas ciudades son la marca registrada de sus oscuras creaciones, así como la confusión argumentativa y la carencia de convenciones narrativas. Es que al exponerse ante un film de Lynch, el espectador se somete a la voluntad de aquél y cae rendido ante el virtuosismo que irradia el desfile constante de situaciones macabras, que acarician lo grotesco, producto de su frondosa imaginación. No es extraño escuchar un “no entendí nada” del público posterior al film, aún cuando se muestre complacido y el comentario no revista carácter de crítica. El director de la voz aguda y el pelo anárquico porta el estandarte de la forma frente al contenido. Este último, no obstante, suele ser complejo y estar cargado de simbolismo –por lo que no debe menospreciarse ese aspecto en la obra de quien posee la curiosa capacidad de poder generar terror a plena luz del día.

Terciopelo Azul narra las acciones de Jeffrey Beaumont (interpretado por Kyle MacLachlan), un estudiante universitario del pueblo de Lumberton que se ve obligado a retornar a casa al enterarse que se su padre ha sufrido un infarto. Regresando de visitarlo en el hospital, encuentra en el piso una oreja humana y decide llevarla al detective Williams, de la policía, quien le presenta a su hija Sandy (Laura Dern). Interrogada por un curioso Jeffrey, la joven comienza a develar datos de la investigación en la que –afirma- se menciona seguido el nombre de Dorothy Vallens (Isabella Rossellini). Intrigado, el protagonista comienza a obsesionarse con el caso hasta el punto de introducirse en el departamento de aquella y robar una llave. También asiste a verla cantar a un club nocturno. Sin saberlo, se está adentrando en un territorio muy diferente al que frecuenta…

Así es como pronto comienza un romance con la trastornada cantante, cuyas tendencias fetichistas suelen incitarlo a que la golpee o la maldiga. Pero es cuando hace su aparición Frank (una estupenda labor de Dennis Hopper) que las cosas comenzarán a complicarse realmente. Se trata de un personaje violento y soez, que disfruta de aspirar ignotos gases a través de una máscara. Jeffrey descubrirá que este lunático e inadapto social, junto con sus infames seguidores, extorsionan a Dorothy desde hace ya un buen tiempo: tienen a su marido y a su hijo en cautiverio, y los mantienen vivos a cambio de favores sexuales. Es en este submundo de criminales –donde proliferan las drogas y hasta la policía está involucrada- que conoce tan poco, donde el joven deberá resolvérselas para ayudar a la mujer, mientras se enamora inevitablemente de Sandy.               

Es destacable el contraste que logra el film entre la superficialidad del típico pueblo norteamericano, por demás ordenado y prolijo, con el mundo salvaje de los marginados sociales –que tiene sus propias reglas. Por lo demás, es un compendio (quizás el más emblemático, por cierto) de los elementos característicos del cine de Lynch mencionados anteriormente. Vale la pena destacar la presencia de dos grandes baladas en la obra: Blue Velvet, de Bobby Vinton, e In Dreams, del mítico Roy Orbison. Son los amenos ecos de sus melodías los que colaboran en lograr el clima de exasperación y tensión que invade la pantalla durante las dos horas de película, cual un manto de terciopelo… azul, quizás… ¿acaso importa?

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jueves, 1 de marzo de 2012

Gatica, el Mono (Argentina, 1993)



Quizás sea el fervor nacionalista que plaga los aires; quizás sea la influencia de lo popular y federal, que está tan de moda en estos tiempos. La cuestión es que hasta la fecha no se había presentado en este blog ninguna película argentina y ya era hora de que suceda. El cine vernáculo cuenta con importantes exponentes; desde Lucas de Mare y Hugo Fregonese –con su importante irrupción en Hollywood, pasando por el clan Torres Ríos y Torre Nilsson, Sergio Renán, Eliseo Subiela y llegando hasta el presente, con Lucrecia Martel y Luis Ortega. Hay más nombres, muchos más. Pero el más importante sea probablemente el de Fuad Jorge Jury, más conocido como Leonardo Favio. Su extraordinario talento relega sus excentricidades, y el hecho de que sólo haya realizado una decena de obras. Peronista a ultranza y cantante romántico de baladas, Favio ha desarrollado una estética exquisita a lo largo de su carrera –para nada exenta de la influencia de sus pasiones- que lo sitúan en la cúspide del cine nacional.

Gatica, el Mono narra las acciones de José María Gatica (una labor brillante de Edgardo Nieva), un famoso boxeador de las décadas del 40 y el 50. Oriundo de San Luis, su familia emigró a Buenos Aires cuando él era apenas un niño. Sin embargo, dada la extrema pobreza que atravesaban, se vio obligado a trabajar como lustrabotas en la plaza Constitución. Allí las disputas eran moneda corriente, y pronto el chico de la calle se transformó en un hábil peleador. Así fue como cruzó caminos con El Ruso, quien se convertiría en su más cercano amigo y compañero de vida. El joven entonces decide adentrarse en el boxeo profesional, y comienza a hilvanar una interesante serie de triunfos.

Su estilo pugilístico era aguerrido y frontal, pero de pocos miramientos técnicos. Esto, sumado a su arrogante personalidad y a su manifiesta simpatía por el entonces presidente Perón, le valió la animosidad de los sectores altos de la sociedad (que lo apodaban peyorativamente “mono”) y la devoción de las clases bajas, que lo bautizaron “el tigre puntano”. Se transformó, a fuerza de golpes, en un personaje emblemático de la Argentina de entonces con acceso directo, por citar sólo un ejemplo, a Eva Perón. Su escasa educación, producto de sus orígenes marginales, solía jugarle malas pasadas y se vio envuelto en numerosos escándalos –como el nocaut en un round que le propinó el campeón del mundo, Ike Williams, en New York. Esto le valió el distanciamiento del matrimonio presidencial, y el principio de un ocaso que sería tan abruptamente precipitado como letal.

Una historia más del deportista que pasa de no tener nada, literalmente, a tener todo lo que el dinero puede comprar. Casi un lugar común, pero narrado maravillosamente por el talento de Favio. Las escenas de boxeo denotan una gran influencia del Toro Salvaje, la obra maestra de Scorsese. Es innegable, como también lo es la capacidad del director de trazar un paralelismo entre la historia de un hombre (y todos sus matices) y la de una nación entera -particularmente la del peronismo. La estirpe épica del film queda evidenciada en la recreación minuciosa de la época, apoyada en una banda sonora a la altura de las circunstancias y de preeminencia tanguera. Una verdadera obra de arte, poesía de la más pura; de esas que hacen a uno sentirse realmente orgulloso de su país, más allá de los sentimientos de moda y las tendencias pasajeras.

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viernes, 10 de febrero de 2012

West Side Story (USA, 1961)



MEDIO SIGLO DE AMOR SIN BARRERAS

Una cámara aérea toma cenitalmente a la ciudad de Nueva York. Registra los techos, las avenidas y las calles angostas mientras se desplaza hacia el West Side, la zona Oeste de Manhattan. Allá abajo, en un patio de juegos cercado por alambres –un patio en donde la baldosa reverbera el sol y hace todavía más fuerte y pesado al calor neoyorquino- están ellos. Los Jets y los Sharks. Y una música (esa música...) y el chasquido de los dedos, y las miradas amenazantes. Sí, es una historia del West Side, una historia que encerrará en apenas 48 horas, el amor, el drama, la tragedia y la intolerancia a través del odio que enfrenta a dos pandillas de delincuentes juveniles, o que están a punto de serlo...
Todo en una misma película de 152 minutos de duración.

Amor sin Barreras se estrenó en Buenos Aires el 8 de mayo de 1962. A cincuenta años de su estreno en el cine –originalmente la obra, de 1957, se ofreció en Broadway- se lanza la versión en HD, con un slogan: “Un clásico que crece más joven”.

Aquellos que asistimos a aquel estreno... Fuimos invadidos por el color, la música, la danza, la fuerza y el drama de esta historia moderna de Romeo y Julieta.

En lugar de Capuletos y Montescos, están los Jets –norteamericanos de origen, irlandeses de sangre- y los Sharks –puertorriqueños buscando hacer la América en NYC-, enfrentados por, apenas, el control de un puñado de calles. Hasta que, en un baile, surge un encuentro. Tony (ex jefe de los Jets) y María (hermana de Bernardo, el jefe de los Sharks) se enamoran. Amor imposible, ya que ambas bandas se están reuniendo luego de ese baile, para pactar una lucha final: el ganador se llevará todo. ¿Habrá un ganador?

Lejos de las edulcoradas imágenes de los musicales rodados hasta entonces, Amor Sin Barreras es una película de jeans, camisetas transpiradas y zapatillas sucias, o de trajes de solapas finitas y vestidos multicolores. Fue filmada en las calles 68 y 61, por donde estaban entonces las bases de lo que es el Lincoln Center: de hecho, la demolición de algunas cuadras debió postergarse hasta el final del rodaje, que demandó seis semanas. En la calle 110 se encontró un desnivel perfecto: los bailarines saltan desde el West Side y aterrizan en el East Side.

La película no tiene estrellas. La única figura realmente conocida era Natalie Wood (María), quien al igual que su pareja en la ficción, Richard Beymer (Tony) no sabía ni cantar ni bailar. De hecho, así como Beymer sea tal vez el más desabrido de los actores, es aún peor saber que se le ofreció el papel a Elvis y que su desatinado manager rechazó la oferta...

Es imposible no mencionar al cabecilla de los Jets, un inolvidable Russ Tamblyn, como Riff. Ni al jefe de los Sharks, Bernardo, interpretado por George Chakiris. Y, mucho menos, a Rita Moreno (Anita, la novia de Bernardo), ya que estos dos últimos, además, se llevaron el Oscar al mejor actor y actriz de reparto.

Filmada a un altísimo costo, por el uso de lentes de 70 mm, el director original y coreógrafo, Jerome Robbins, debió ser reemplazado por Robert Wise, ya que los ensayos eran larguísimos y no se terminaban nunca. La música, de Leonard Bernstein, obligó a emplear no menos de 30 profesionales: siete metales, cinco percusionistas. La música es, en realidad, una de las grandes estrellas de la película: hay jazz, mambo, canciones de amor y una fuerza de energías imposible de describir.

El baile fue, en algunos casos, tan extremo que después de uno de los números, “Cool”, varios terminaron con las rodillas destrozadas y uno (Eliot Feld) internado por neumonía, tras colapsar al final del rodaje. Además, tuvieron que utilizarse más de 200 pares de zapatillas, ya que el duro suelo de Nueva York, no sólo arruinó el calzado sino las piernas de varios bailarines. Para aumentar la tensión entre Jets y Sharks, los dos grupos siempre estuvieron distanciados y, en lo posible, enfrentados por Robert Wise.

Pero es el todo lo que hace al todo. Amor sin Barreras rompió con los tradicionales cánones del musical. La única concesión que se hizo del original de Broadway al cine fue la modificación de algunas letras, ya que el original estaba plagado de malas palabras... Fue la primera producción en ganar 10 Oscars, incluyendo –claro- a la Mejor Película del Año.

Lo demás solamente se puede ver y disfrutar. Algunas de las canciones del film tomaron vida propia, como “María”, “América” o “Tonight”. En una de ellas, llamada “Quinteto” y que es una especie de himno guerrero mezclado con un canto al amor –variaciones en realidad sobre “Tonight”- participan todos en la más elaborada de todas las escenas.

“Quinteto...” El sol cae, rojo como la sangre, en el atardecer de Nueva York. Se acerca la tragedia. En las calles, desnudas y mal iluminadas, dos grupos de pandilleros piden guerra. Un patrullero se desplaza por las esquinas, con un detective implacable a bordo. En una ventana, María, una niña-mujer sonríe, pensando en su amado. En una habitación, frente a un espejo, Anita, una mujer-niña se perfuma, esperando a su hombre. Hay cadenas en las manos de los Jets; hay cuero trenzado en la de los Sharks. Hay esperanza en la mirada de Tony, que cree que podrá detener tanta locura.
El canto de todos se eleva al cielo de Manhattan, mientras nace la noche y el cine vive uno de los momentos más esplendorosos, mágicos y perfectos de toda su historia.

Publicado por CARLOS IRUSTA