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jueves, 22 de abril de 2010

A Religiosa Portuguesa (Francia - Portugal, 2009)


El frenético BAFICI ha ornamentado, como desde hace 12 años, el otoño porteño. Y ha dejado, como siempre, material para un variopinto debate con obras de todo tipo. Más allá de los films galardonados, la película que se presenta ha sido –en la opinión de su humilde servidor, querido lector- una de las más destacadas (y destacables) del festival. Ambientada en la bella Lisboa, con personajes franceses y un director norteamericano –Eugène Green, radicado en Francia- ofrece un cóctel sumamente interesante que permite al espectador sumergirse en mundo místico, logrado en gran parte por el acertado uso de los magníficos fados lusitanos.

La monja portuguesa narra las acciones de Julie, una actriz parisina que arriba a la capital de Portugal para filmar una película. Se trata de su primera visita a la ciudad; dato curioso si se tiene en cuenta que su madre proviene de ese país, y que maneja el idioma a la perfección. Su papel es el de una monja del siglo XVII que vive un romance con un soldado francés. Julie acaba de finalizar una relación amorosa y, para mitigar el dolor, decide incursionar en las pintorescas calles de la ciudad. Así, va descubriendo en su camino diferentes personajes vernáculos. Vasco, uno de ellos, es un nene que juega solo en una plaza cuando el resto de los niños está en el colegio. Henrique, por su parte, es un hombre taciturno que la aborda osadamente y que parece tener mucho que contar. También sus compatriotas nutren sus días de rodaje: Denis, el director del film (interpretado por Green) y Martin, el coprotagonista.

Como es habitual en ella, esas relaciones acarrean un tinte superficial y efímero. Pero es cuando -en una capilla donde se graban escenas de la obra- la protagonista descubre a una monja rezando en posición genuflexa durante toda la noche, que su papel y su identidad comienzan a entrelazarse. Y más aún cuando se encuentra con un misterioso joven, quien le recuerda a la leyenda de Don Sebastián. Julie se decide finalmente a entablar conversación con la hermana Madalena, quien le ofrecerá profundas reflexiones que cambiarán su vida para siempre. Decidida a asumir su destino, la joven parece haber encontrado el sentido que faltaba en su existencia. Para ello buscará en el olvidado Vasco la compañía estable que estaba necesitando, y que nunca -hasta ahora- se había animado a asumir.

Son las pequeñas calles de Lisboa, con sus subidas y bajadas e infinidad de rincones encomiables, el lugar perfecto para recrear esta historia que oscila entre la realidad y la ficción. La música tradicional portuguesa colabora mucho para alcanzar la atmósfera onírica que puebla la pantalla. Se sumerge al observador en un mundo casi irreal, donde cuesta incluso reconocer a los humanos en los diálogos (los constantes primeros planos fijos y la peculiar forma de hablar de los personajes acrecientan el efecto). Al fin y al cabo, “lo absurdo es lo divino”, como sentenció alguna vez Pessoa. Se trata de una particular experiencia cinematográfica, sumamente original y fuera de los cánones tradicionales. Y eso hoy, en este séptimo arte de apenas un siglo de historia, ya es mérito suficiente.

Publicado por BC