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lunes, 30 de noviembre de 2009

Out of Rosenheim (USA - Alemania Occidental, 1987)


Con el afán de continuar con los festejos por el vigésimo aniversario de la caída del muro de Berlín, y prolongando la tendencia de la semana pasada, se presenta un film con marcados ingredientes teutones. Si bien el mismo transcurre en los Estados Unidos y la mayoría de los personajes son de ese país, tanto el director (Percy Adlon) como la protagonista son alemanes. Qué mejor forma de celebrar que con su gran aliado fuera de Europa, cuya influencia fue clave para la unificación. De manera profética, la película indaga sobre la importancia de la comunicación y la vacuidad de los prejuicios, sobre todo en gente muy diferente que sólo parece compartir el suelo donde vive.

Bagdag Café narra las acciones de Jasmin Münchgstettner, una corpulenta turista alemana que se halla visitando los Estados Unidos con su marido. Cuando se encuentran en algún lugar de California, en el medio de esa enorme nada que es el desierto del Mojave, una fuerte discusión entre ambos pone fin tanto al viaje como a la pareja. Jasmin, que logra rescatar una maleta del auto en que viajaban, se encuentra pronto sola y perdida. Muy lejos de su ciudad natal, en la casi olvidada Baviera. En el horizonte divisa un solitario hotel y hacia allí se dirige. A medida que se acerca al establecimiento, el mismo se muestra más sucio y descuidado. Simultáneamente, su dueña acaba de tener una fuerte discusión con su pareja, que también decide huir. Como se puede suponer, la llegada de la alemana no se produce en el mejor de los momentos y no es precisamente bien recibida. Brenda, la propietaria, tiene de por sí serios problemas para manejar el lugar y criar a sus hijos, uno de los cuales es aprendiz de pianista y despliega bellas melodías de Bach.

Jasmin se instala en el decadente hotel y pronto su obsesión por el orden y la limpieza la llevan a colaborar con la dueña. Además, descubre en la maleta (que no era de ella) un set de magia y pronto comienza a impresionar a propios y extraños con sus trucos. De los muchos personajes que frecuentan el lugar, destaca la presencia de Rudi Cox (interpretado por el encomiable Jack Palance), un otrora decorador de estudios de Hollywood que se encuentra alejado de su trabajo. Pero la relación con Jasmin renace su pasión por la pintura, y comienza a retratarla con avidez. Es así como el Café, mucho más ordenado, limpio y prolijo ve aumentada su concurrencia en forma significativa. A tal punto, que hasta se hace parada común de los policías de la zona. Pero pronto el sheriff se percatará de que la visa de turista de Jasmin ha expirado, y su partida parece inminente. No obstante, Rudi pondrá en práctica un plan para retener a la carismática visitante sin quebrantar las leyes…

El largometraje se caracteriza por una excelente fotografía, sobre todo a la hora de plasmar la desolación y la soledad de las locaciones. Cabe destacar, a su vez, la precisión de los diálogos. Es, a fin de cuentas, una clara demostración de que muchas veces las primeras impresiones pueden ser erróneas. De que no debe -como reza el dicho, querido lector- juzgarse a un libro por su portada. A fin de cuentas, suele demandar el mismo tiempo y trabajo conocer a una persona que armarse una idea arbitraria de la misma. O al menos de eso pueden dar fe en el pintoresco Café Bagdad.

Publicado por BC.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Der Himmel über Berlin (Alemania Occidental - Francia, 1987)


Esta semana se presenta, querido lector, lo más cercano hasta ahora a un film de culto que se ha visto en el blog. Se trata de un clásico moderno del director alemán Wim Wenders (creador de Paris, Texas; Buena Vista Social Club y The Million Dollar Hotel entre muchas otras) que se caracteriza por su sentido poético, tanto en palabras como en imágenes. En una ciudad de Berlín dividida que a simple viste puede parecer solitaria, fría y oscura la gente atraviesa los mismos problemas y las mismas dudas que en cualquier otra ciudad del planeta. Lo genial de la película radica precisamente en la forma en que exhibe esas dificultades ya que logra dotarlas de un encanto que logra revindicar la compleja naturaleza humana, al punto de dejar al espectador con una amena sensación de optimismo.

Las alas del deseo narra las acciones de Damiel (Bruno Ganz) y de Cassiel, dos ángeles que están asentados en Berlín desde el principio de los tiempos. En su condición divina, se pasean por las calles sin ser vistos por los mortales. Pueden incluso escuchar qué está pasando por sus mentes en todo momento. Es así como sus andanzas los llevan a cruzarse con todo tipo de personajes y atestiguar todo tipo de situaciones. Su mundo es en blanco y negro, no tienen sensaciones y todo lo saben y conocen. Pero Damiel comienza a obsesionarse con la raza humana y su particular idiosincrasia. Quiere sentir, en el sentido humano de la palabra: emoción, pena, ansiedad, dolor… Más aún cuando se topa con Marion, una joven francesa que es acróbata en un circo itinerante y cuyas reflexiones lo impactan profundamente. Otro de los personajes que lo asombra es el actor Peter Falk (que se interpreta a sí mismo), reconocido por su encarnación del detective Colombo en la prestigiosa serie. La decisión parece estar tomada, Damiel abandonará el firmamento y será uno más entre los berlineses…

Es así como una mañana amanece en una plaza de la ciudad, en condición de humano. Tiene ahora mucho por aprender, y está ansioso por hacerlo. Los colores, los sabores, las sensaciones son todas nuevas para él. Afortunadamente, volverá a interceptar el camino de Peter Falk, que le revelará importante información sobre su nuevo estado. Pero el objetivo de Damiel es encontrar a Marion, y eso no será sencillo. Es esta búsqueda la que lo lleva a presenciar un show en vivo de Nick Cave and The Bad Seeds, en una de las escenas más memorables del film, que es sin dudas una forma interesante de comenzar su vida mortal y finita. Marion, con su andar errante, no será fácil de alcanzar y, para complicar más aún la situación, Damiel es ahora conciente del paso del tiempo, esa fuerza misteriosa que avanza en forma inexorable…

La obra maestra de Wenders ofrece unas imágenes elegantes, con una admirable consideración por la estética. Tanto el blanco y negro como el color son tratados con gran estilo y distinción. Contrastando estas placenteras visiones se presentan las reflexiones de la gente común y corriente, propia de las metrópolis. La música acompaña los hechos a la perfección, y las actuaciones son a su vez sobresalientes. Se trata, inobjetablemente, de un largometraje indispensable; de una dosis de confianza y exaltación de esta peculiar aventura de ser humano.

Publicado por BC