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jueves, 19 de mayo de 2011

Felicia’s Journey (UK - Canada, 1999)


La película que se presenta permite no sólo prolongar la temática de la entrega anterior –aquella de una actuación sobresaliente, por sobre el resto de las cosas- sino que también brinda la oportunidad de adentrarse en la obra de un destacado director como Atom Egoyan. Además de contener los ingredientes recurrentes de este cineasta ligado a la producción independiente (personajes alienados, referencias permanentes al pasado, aislación e interacciones truncadas), la obra permite disfrutar de una labor encomiable por parte de Bob Hoskins. El experimentado actor aporta el ingrediente final a un cóctel sumamente interesante, que permite sumergirse en un viaje sin escalas a lo más siniestro de la campiña inglesa.

El viaje de Felicia narra las acciones de la joven homónima, que ha llegado a Birmingham desde su Irlanda natal buscando a su novio Johnny. Lo único que sabe de él es que trabaja en una fábrica de cortadoras de pasto, y que alberga un hijo suyo en las entrañas. Cuando la búsqueda se torna fútil y todo parece desmoronarse para ella, se cruza en su camino Joseph “Joe” Hilditch (Hoskins). Este hombre maduro, empresario gastronómico, muestra un inusitado interés por la protagonista. Su exagerada benevolencia, que pasa desapercibida ante los ingenuos ojos de Felicia, parece ocultar segundas intenciones. Pero ella acepta la ayuda de este señor, que se ofrece a investigar el paradero de Johnny. Mientras la relación entre ellos comienza a desarrollarse, se va develando paralelamente quién es el verdadero Joe Hilditch.

Este hombre dedica la mayor parte de su tiempo al trabajo. Obsesionado con las artes culinarias, durante su tiempo libre disfruta de poner en práctica las recetas de una excéntrica chef de la televisión –que no es otra que su enigmática madre. La misma gozó de cierta fama en el pasado, y su hijo se ha dedicado a coleccionar material al respecto en forma compulsiva, y casi patológica. Más allá estos pasatiempos, también practica el de buscar adolescentes sin rumbo y “ayudarlas”. Felicia irá poco a poco descubriendo los secretos de su benefactor, hasta darse cuenta que se encuentra en una demoníaca carrera contra reloj para desenmascararlo antes de que sea demasiado tarde.

¿Hasta qué punto puede justificarse lo injustificable? He aquí la pregunta clave, querido lector, que emerge de la obra. Por más cruel y macabro que haya sido el pasado de una persona, hay acciones que para las que no se admiten atenuantes. Lo difícil es establecer esa delgada línea, ese límite que parecer ser el mismo que oscila entra la razón y la locura. Lo que Egoyan logra generar es precisamente esa incertidumbre; al ir informando de a poco al espectador acerca del pasado de los personajes no hace otra cosa que transmitir sus dudas –por demás bien fundadas- en las postrimerías de la responsabilidad. Las consecuencias de las acciones son evidentes e irrefutables, pero no se puede afirmar tal cosa de las causas que las generaron. Así como la infancia no es patrimonio de ningún hombre, todo hombre debe responder por sus actos. Los tormentos sufridos, por más horribles que sean, no justifican un accionar malévolo. Pero sin duda que constituyen un atenuante. Hasta dónde pueden o no atenuar el dolor causado, es ya otro tipo de debate. Quizás el sinuoso viaje de Felicia pueda aportar algo al respecto.

Publicado por BC