Ya estás cansado del pochoclo? En busca del buen cine tiene la solución... CINE EN SERIO

viernes, 26 de febrero de 2010

25 Watts (Uruguay, 2001)


¿Qué es lo que hace que una película sea “buena”? Seguramente estará de acuerdo, querido lector, en que una historia interesante es necesaria. También lo son imágenes bellas, componiendo una lograda fotografía. Las actuaciones, a su vez, deben ser convincentes. La música, por su parte, tiene que aportar lo suyo al desarrollo de las acciones. En términos generales, con eso –que es muy difícil de lograr, por cierto- suele resultar suficiente. Después están los detalles, esos ingredientes especiales que otorgan originalidad al film y que logran seducir al espectador. La obra que se presenta cumple con los requisitos primeramente mencionados, y destaca en los últimos principalmente por su esencia netamente rioplatense, una inminente simplicidad y un marcado ingenio.

25 Watts narra las acciones de tres amigos de Montevideo: Leche (interpretado por el talentoso Daniel Hendler), Javi y Seba. Se trata, ni más ni menos, de un día en la vida de esos tres jóvenes cualesquiera en la ciudad oriental. Es justamente esa condición la que dota de realismo y naturalidad a las acciones, aún ante las más desopilantes circunstancias. Leche se encuentra obsesionado por su profesora de italiano, Beatriz, que lo está preparando para un examen al que no se decide a enfrentar. Javi tiene un trabajo que no soporta, un jefe que lo hostiga y una novia llena de dudas cuya última ocurrencia fue regalarle un hámster. Seba, que no destaca por su agudeza mental, está ansioso por descubrir la pornografía y experimentar nuevas sensaciones.

Mientras las idiosincrasias de los protagonistas se entrelazan con un sobresaliente sentido del humor, sus acciones los van llevando a cruzar caminos con otros personajes. Son éstos en su mayoría memorables, y resultan fundamentales para alcanzar el notable dinamismo de la cinta. Así, hacen apariciones la abuela de Leche, una anciana postrada que sólo parece útil para sostener la antena de la televisión; Gerardito, un vecino de Leche con claras deficiencias mentales que ha perdido a su perro Ulises; Pitufo, que atiende un quiosco y es fanático de los récords Guinness (al punto de reclutar a otro joven, Kiwi, para que supere la plusmarca haciendo jueguito con un balón de fútbol); Gepetto, un repartidor de pizzas al que el ejército ha afectado severamente; Sandía, el dueño del videoclub que se jacta de su repertorio porno…

Está claro, y es innegable, que el largometraje de Pablo Stoll y Juan Pablo Rebella no aporta nada nuevo al arte cinematográfico. Sin embargo, la obra no dejar de ser sorprendentemente atractiva y cautivadora. Las marcadas tendencias costumbristas no caen jamás en los clichés; por el contrario, son fuentes de excelentes y animadas secuencias. Se trata de una prueba más de que la “nada” nunca es tal, sino que acarrea un sinfín de connotaciones que muchas veces se dan por sentadas por tratarse de cosas comunes, de todos los días. Pero es en lo cotidiano donde debe buscarse la esencia del vivir y donde mejor se puede apreciar lo interesante de la vida humana urbanizada. Aún en las sociedades posmodernas, donde todo está conectado y masificado, siguen siendo los individuos los encargados de aportar la identidad y de definir el curso de las acciones. Más allá de que, como en este caso, no estén muy seguros de cómo lograrlo…

Publicado por BC

viernes, 12 de febrero de 2010

Seul Contre Tous (Francia, 1998)


Continuando con la tendencia de la película anterior, se presenta una obra directa y frontal, cargada también de una gran dosis de violencia. Pero la violencia de este film es diferente a la de Brother, que se caracteriza –como se analizara previamente- por ser totalmente explícita. Éste, por el contrario, es el caso en que nunca dejar de ser una sensación, un indicio. Pero la violencia está ahí, presente en cada momento y latente con cada sentencia, con cada línea de diálogo. El director, el franco-argentino Gaspar Noé (hijo del artista Luis Felipe Noé), triunfa en alcanzar un clima extremadamente tenso que va in crescendo -en forma sutil, pero certera- hasta alcanzar el grado de desesperante, asfixiante y, por qué no, perturbador.

Solo contra todos narra las acciones del carnicero, un típico caso de ese ser marginal que vive alejado del sistema y que no falta en ninguna sociedad. En este caso, la sociedad es la francesa. Sus carencias no se limitan a lo económico sino que también incluyen el plano educativo y, más importante aún, el afectivo. Abandonado por su madre a los dos años cerca de París, su padre es asesinado por los nazis. Un educador religioso lo priva de su inocencia. A los 14 años aprende el oficio de carnicero. Trabajando arduamente, consigue establecer su propio local a la edad de 30. En un encuentro casual, engendra una niña que la madre rechaza. Debe entonces criarla solo. La joven es prácticamente muda. Un día alcanza su primer período, y corre asustada hacia su padre. Éste, al ver la sangre deduce que ha sido violada y sale al encuentro del malviviente. Ataca, obviamente, a un inocente y es enviado a la cárcel. Su hija, a un instituto. Pierde su casa y su negocio. Eventualmente sale en libertad, pero está solo. Solo contra todos.

Comienza a trabajar en un bar, donde seduce a la dueña. Y la embaraza. Deciden entonces vender el local y empezar de nuevo en otra ciudad, abriendo una carnicería administrada por él. Se despide de su hija. Llegan a Lille, donde vive la madre de su mujer. Se instalan en su casa. Y ahora, recién ahora, es cuando empiezan las acciones de la película. El año es 1980. Hasta aquí una voz en off ha relatado la historia de este hombre, despejando el camino para lo que es realmente aterrador: lo que sucede en su cabeza. El desprecio por su mujer, que es gorda, fea y no le facilita el capital para abrir su negocio propio. La más profundad indiferencia ante la vida y la muerte. La incapacidad de sentir, excepto ese extraño amor –que coquetea con el incesto- que profesa por su hija. Su absoluta soledad, que desemboca en un feroz resentimiento hacia todo y hacia todos. Es ésa la clase de pensamientos que habita en su mente, y que lo llevarán cuesta abajo, en una caída irreversible.

El largometraje presenta interesantes recursos visuales, como mensajes e inscripciones en la pantalla que recuerdan las épocas más politizadas de Godard. La música, por su parte, realiza un aporte sustancial a la sensación de oscuridad tanto en las melodías como en los constantes efectos sonoros. Pero sin dudas la fortaleza de la obra radica en sus efectos psicológicos: en cómo lo macabro y siniestro que el protagonista lleva adentro está listo, agazapado, para exteriorizarse y salir a la superficie. Las consecuencias cuando esto sucede, como puede imaginarse, son nefastas. Y el carnicero, querido lector, no parece ser la excepción que confirme la regla...

Publicado por BC