Ya estás cansado del pochoclo? En busca del buen cine tiene la solución... CINE EN SERIO

martes, 23 de noviembre de 2010

Le Rayon Vert (Francia, 1986)


Ingresando en la recta final de un nuevo año que se escapa, resulta inevitable realizar balances acerca del mismo. Y al hacerlo, querido lector, resulta a su vez inevitable recordar a aquellas personas que se han ido durante su transcurso y que ya no están –al menos físicamente- entre nosotros. Una de ellas es Jean-Marie Maurice Schérer, más conocido como Eric Rohmer, el director francés que indagó en los sentimientos de la clase media, conociéndola de cerca y describiéndola íntimamente. Quizás sin una destreza cinematográfica desorbitante, retrató las inquietudes de sus semejantes con gran maestría y concentrándose siempre más en los escritos, en el contenido, que en la forma. En su obra está muy presente la influencia literaria, producto de su gran amor por los libros. La película que se presenta es un claro ejemplo de esto: su título proviene de la novela homónima de Jules Verne y, además, pertenece a una serie titulada Comedias y Proverbios.

El rayo verde narra las acciones de Delphine, una joven que se desempeña como secretaria en París. Se aproximan las vacaciones estivales, y ella ya tiene destino y acompañante: planea irse a Grecia con su amiga Sylvie. Pero, a último momento, su partenaire cancela el programa enfrentándola, sin proponérselo, a una batalla frente a su peor enemigo: la soledad. Porque Delphine no quiere irse sola a la Hélade, pero tampoco acepta las invitaciones de otros amigos: no le gusta estar rodeada de gente; no siente una gran afinidad por las personas. Esta contradicción no es la única que presenta la protagonista, que sueña con hallar un compañero y encontrar el amor pero rechaza sistemáticamente a todos los hombres que se le acercan.

Así las cosas, llega al balneario de Biarritz, donde le han prestado un departamento para que pase unos días. Cuando la historia parece repetirse para ella, el destino comienza a enviarle señales. Es a través de un naipe sobre las rocas y de una conversación entreoída (acerca de un fenómeno de la naturaleza mediante el cual el último rayo del sol sobre el mar, justo antes del ocaso, se torna verdoso y revela nuevas sensaciones) que Delphine comienza a recuperar las esperanzas en el futuro. El momento de la verdad llega cuando conoce a un joven interesante, que le resulta atractivo… ¿Se animará esta vez a dar el paso adelante?

Lo que se plantea en el film no es otra cosa que las cuestiones existenciales que –algunos más, otros menos- todos cargamos sobre nuestros hombros. El mérito de Rohmer está en que las presenta en forma natural y cotidiana, sobre personajes con los que resulta fácil (y casi irremediable) identificarse. Sin pretensiones filosóficas de ningún tipo, logra plasmar en la pantalla, con enorme agudeza, los diferentes matices que adornan las personalidades y los sentimientos. Se transforma así en un magnífico desarrollador de personajes, como lo hicieran sus compatriotas Balzac y Flaubert en el siglo anterior al de él. Da la sensación de que si no hubiera nacido en el siglo XX, su nombre probablemente sería mencionado con aquellos. La providencia no lo quiso de esa manera. Los amantes del cine, por lo pronto, estamos agradecidos que así sea…

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Anchorman: The Legend of Ron Burgundy (USA, 2004)


El de humor absurdo es un concepto que puede generar polémica. El genial cómico Diego Capusotto (integrante del ciclo televisivo Cha Cha Cha, quintaesencia del género en cuestión) sostuvo alguna vez que referirse al absurdo dentro del humor es incorrecto, que constituye una tautología. Esto se debe –siempre bajo su óptica- a que el humor es de por sí absurdo, que esta última es condición intrínseca al mismo y que forma parte indivisible de aquél. Que serían, en otras palabras, como la luz y la energía. Más allá de estos debates, la película que se presenta podría encasillarse claramente en el rubro (de existir el mismo, claro). Apoyadas en la figura del talentoso Will Ferrell, las escenas todas están plagadas de una sutil sensación de ridiculez, donde la parodia asoma constantemente, alcanzando niveles de histrionismo inéditos y de sobresaliente factura.

El reportero: La Leyenda de Ron Burgundy narra, precisamente, las acciones de éste, el reportero estrella de la ciudad de San Diego. La década es la de los 70s y el Evening News por él conducido, en el KVWN-TV Channel 4, ha sido nuevamente el noticiero más visto. Para celebrar el equipo organiza una gran fiesta. El mismo, excluyendo a Ron, está compuesto por Brian Fantana (interpretado por un magnífico Paul Rudd), un reportero de campo muy orientado a la moda; Champ Kind, especialista en deportes, y Brick Tamland (Steve Carell), encargado de las predicciones meteorológicas. Cuando parecía que las cosas no podían ir mejor para ellos, su jefe (el veterano Fred Willard) les anuncia que la cadena lo ha exhortado a incorporar a una mujer al equipo. El nombre de la elegida es Veronica Corningstone (Christina Applegate). La noticia cae como un baldazo de agua fría sobre el grupo, cuyos retrógrados egos machistas no están preparados para aceptar la flamante –y sumamente atractiva- incorporación.

Los primeros intentos de seducción por parte de sus compañeros son rechazados por Veronica. Pero Ron finalmente logra que acepte su invitación a salir, dando inicio al romance. Él no puede sostener su promesa de mantener la relación en secreto, irritando a su pareja. Para colmo de males, un incidente en la ruta le genera una demora importante que obliga al jefe a reemplazarlo con su amante. Enardecidos, Ron y Veronica discuten fuertemente y deciden poner fin a la relación. Al día siguiente reciben el anuncio de que ella ha sido nombrada co-conductora del programa. La novedad irrita a los hombres y, en especial, a Ron que decide declarar la guerra a su compañera. Comenzarán así una serie de situaciones estrambóticas que desencadenarán vaivenes en todos y cada uno de los personajes…

Se trata de una obra de un humor muy particular, donde los gags se alternan con diálogos irrisorios alcanzado un dinamismo lleno de gracia y espontaneidad que conduce indefectiblemente a la carcajada. Más allá de cómo se la clasifique, se está ante una creación de una calidad innegable. Porque, fuera como fuera, el humor es uno y uno solo (¿no es así, querido lector?). Y aquí está presente, en sus mejores vestiduras, invadiendo la pantalla con la exquisitez de los maestros de antaño, de aquella época que precisamente se intenta parodiar… lográndolo con creces.

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lunes, 20 de septiembre de 2010

Cobra Verde (Alemania Occidental – Ghana, 1987)


La mejor manera de dejar atrás el fabuloso dúo de la entrega anterior (Rowlands – Cassavetes) parece ser redoblando la apuesta. Y para ello, querido lector, la película que se presenta tiene lo que hace falta: un tándem explosivo, histórico y genial; se trata del conformado por Werner Herzog y Klaus Kinski. Enemigos íntimos, tanto su relación personal como profesional sufrió altibajos pero dejó un legado invaluable de cinco obras maestras –el film en cuestión es la última de ellas. Juntos, ambos sacaron a relucir lo mejor de sí. Kinski encarnándose en sus personajes hasta lograr niveles de involucramiento inéditos. Herzog, por su parte, plasmando a voluntad los elementos característicos de su cine: la naturaleza como contrapartida del hombre, ambas fuerzas en equilibrio endeble; la ambición y los delirios que genera; la cámara como simple testigo, como eslabón escondido de un estilo naturalista y documental; la exploración –solitaria e intrépida- de lo desconocido.

Cobra Verde narra las acciones de Francisco Manoel da Silva (Kinski), un granjero de espíritu libre, rebelde y anárquico. Cuando su rancho es devastado por una inundación, se ve obligado a trabajar en una mina de oro. Pero pronto descubre que está siendo explotado y, en un altercado, da muerte a su empleador. Desde allí comenzarán sus ruedos por fuera de la ley, y será conocido como el temible bandido Cobra Verde. Merodeando sus dominios, el forajido reduce a un esclavo prófugo cuyo patrón es el poderoso azucarero Don Octavio Coutinho, quien queda profundamente agradecido por el gesto. Como reconocimiento, decide incorporarlo como supervisor de sus esclavos. Al poco tiempo el empresario descubre no sólo quién es realmente su nuevo empleado sino también que será abuelo y por partida triple: da Silva ha embarazado a sus tres hijas. Indignado, considera que la muerte no es castigo suficiente; el impostor merece ser enviajo a África, a reestablecer el comercio de esclavos. Una misión imposible y, a priori, suicida. Sorpresivamente, el protagonista acepta el desafío.

A su llegada a la costa occidental del continente negro, lo espera el salvaje rey Bossa Ahadee. Contra todo pronóstico, Cobra Verde logra convencer al cruel y despiadado monarca de intercambiar esclavos por rifles. Pero ello no es todo, y el invasor pronto se apodera del Fuerte Elmina, estableciendo allí su centro de operaciones. No obstante, el rey decide tomarlo prisionero y -acusándolo de insólitos cargos, lo condena a muerte. Da Silva logra escapar y se alía con un príncipe rebelde que desea derrocar al tirano. Para ello, el brasileño entrena un vasto ejército de mujeres. La operación es un éxito, y el subversivo príncipe es ahora el rey. La situación del hombre blanco se consolida, y el negocio florece. Pero no por mucho tiempo: los portugueses y los ingleses desean arrebatarle la plaza, y la relación con el flamante soberano comienza a decaer. Agotado, el infame guerrero decide huir, pero puede que sea demasiado tarde…

“Una obra de arte que encierre teorías es como un objeto sobre el que se ha dejado la etiqueta del precio”. La reflexión, que pertenece a Marcel Proust, bien podría ser obra de Herzog. El director germano se remite a presentar la historia no con objetivos concretos, sino como un retrato más de la eterna (¿y vana?) conquista de lo inútil: como una mera expresión artística. Cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia.

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lunes, 23 de agosto de 2010

Love Streams (USA, 1984)


Constituye un gran honor, un verdadero motivo de orgullo, introducir la película en cuestión para aquellos que desconozcan la obra de John Cassavetes. Para los que sí la conocen, se trata entonces de una enorme responsabilidad. La misma radica en hacer merecida justicia a este cineasta genial, que influyó a generaciones enteras y cuyas tan personales creaciones no cesan de fascinar a los espectadores a través de los años. Porque al indagar en las relaciones humanas, con su estilo frontal y minimalista, parece lograr el cometido más codiciado: reflejarlas con transparencia y naturalidad, pero a la vez con un dejo propio e inconfundible. Su impronta única lo sitúa entre los talentos más destacados –fue también un notable actor- del cine independiente norteamericano.

Corrientes de amor narra las acciones de Sarah Lawson (interpretada por la estupenda Gena Rowlands; musa inspiradora, esposa y actriz fetiche del director) y de Robert Harmon (Cassavetes). Ambos protagonistas tienen mucho en común. Algunas de estas características son evidentes como, por ejemplo, el hecho de que son de edad madura y de que están solos en el mundo, ansiando encontrar amor en sus vidas. Hay otras que no lo son tanto, y se irán develando con el transcurrir de las acciones.

Sarah acaba de divorciarse de su marido (Seymour Cassel, actor recurrente en el director). Al golpe que esto implica, se le suma que Debbie -la hija que ha resultado del fallido matrimonio- prefiere vivir con su padre antes que quedarse con ella. Pero la elección de la niña no es improcedente: su madre tiene una conducta errática e impredecible, que incluye frecuentes ataques de nervios y accesos neuróticos.

Robert, por su parte, es un escritor atormentado por sus propios fantasmas como artista. Su gran afición por el alcohol y los cigarrillos, así como su afinidad por las mujeres más jóvenes, lo llevan por un camino vertiginoso y nocivo. En el mismo no parece haber lugar para las responsabilidades, en especial cuando de su pequeño hijo se trata.

¿Pero qué es lo que vincula a estos dos personajes?, se preguntará Ud., querido lector. La respuesta pareciera ser que ambos viven al límite, encerrados en sus propios abismos. En el apremiante confinamiento en que se encuentran (la mayor parte del film transcurre en la casa de Robert), necesitan algo a lo que aferrarse. Y esa esperanza reposa en el amor, en ese extraño sentimiento omnipresente en la obra de Cassavetes y que tanto lo obsesiona. Es el amor desencantado, fraternal, reflexivo y existencialista el motivo de sus más íntimas pesquisas; es el amor como excusa para soportar el dolor, como remedio contra la densa realidad. La necesidad de encontrar un compañero, esa otra pata que permite a nuestra estructura mantenerse en pie y a escapar de la apremiante soledad. Alguien en quien confiar sueños, miedos, proyectos y pasiones. Ese alguien a quien poder afirmarle, en palabras de Miguel de Unamuno, “si tu pie izquierdo te duele, mi pie derecho empezará a dolerme”. Eso mismo es lo que buscan Sarah y Robert, y lo que anhelan hallar imperiosamente, aunque no sea necesariamente el uno en el otro...

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viernes, 16 de julio de 2010

Unforgiven (USA, 1992)


La película que se presenta nos sitúa, querido lector, nada menos que ante el género western. Grandes directores y talentosos actores incursionaron en él, logrando obras tan inmortales como esenciales. Tal es el caso de la que nos atañe, con la particularidad de que está lejos de la época de oro de los retratos del lejano oeste. Sólo un especialista en el género –tanto desde atrás de la cámara como frente a ella- podía revitalizarlo y aportar algo nuevo cuando lograrlo parecía más una utopía que una posibilidad concreta, cuando todo indicaba que el mismo estaba condenado a vivir de recuerdos. Éste no es otro que Clint Eastwood, hoy un aclamado y consagrado cineasta. Podría afirmarse que hasta realizar este proyecto, si bien ya existía algún indicio, su talento no estaba confirmado: todavía se lo asociaba con el duro policía Harry Callahan (protagonista de la saga Harry, el sucio) y con los spaghetti westerns. Desde entonces, y a partir de esta obra maestra, su nombre figura entre los más importantes del séptimo arte.

Los imperdonables narra las acciones de William Munny (interpretado por Eastwood), un otrora despiadado forajido, ebrio y asesino. Reformado, se ha recluido hace ya algún tiempo en la campiña, donde vive con sus jóvenes hijos. Su mujer, artífice fundamental de su recuperación, ha fallecido. Su situación económica es apremiante. Se siente viejo, cansado y solo. El pasado merodea. Un día, llega a su encuentro un intrépido joven que se hace llamar The Schofield Kid. Ha oído hablar de las infames hazañas de Munny y desea reclutarlo para una misión. En el pueblo de Big Whiskey, unos cowboys han atacado salvajemente a las prostitutas locales. Las mismas ofrecen una cuantiosa recompensa a quien logre matarlos. No sin dudas, el viudo finalmente acepta embarcarse en la peligrosa aventura. Como única condición, pide incorporar al equipo a Ned Logan (Morgan Freeman), su antiguo compañero. A Ned no le resulta fácil abandonar a su esposa, pero termina aceptando la oferta. Y parte así la banda aparte.

Las cosas no serán sencillas. El pueblo se encuentra convulsionado por el cuatro de julio y por el ofrecimiento proveniente del lupanar. Su sheriff, otro violento ex pistolero conocido como Little Bill (Gene Hackman, descollante) no está dispuesto a permitir la llegada de malvivientes cazadores de recompensas. La prueba de ello se produce cuando se topa con English Bob (otra labor sobresaliente, esta vez de Richard Harris), un viejo conocido de los tiempos pasados. En este contexto es que llegan los tres visitantes a cumplir su cometido. El mismo, como es de imaginarse, no les será nada sencillo. El resto es patrimonio del poniente.

Dedicated to Sergio and Don. Con esa sentencia finalizan los créditos. El director se refiere aquí a sus mentores, Sergio Leone y Don Siegel. Lamentablemente, ninguno de ellos vivió lo suficiente para ver la creación de su discípulo. Una oda contra la violencia. Un estudio sobre la importancia del pasado y la subjetividad de la moral, enmascarado en la simplicidad de un género que, como demuestra Eastwood, puede alcanzar un trasfondo enorme y significativo. Salud Clint; Sergio y Don estarían orgullosos.

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martes, 22 de junio de 2010

La Pianiste (Alemania – Austria – Francia, 2001)


Las películas de Michael Haneke no suelen pasar desapercibidas. Pertenecen a esa casta –privilegiada, si las hay- que trasciende los gustos y opiniones personales para rendirse ante la evidencia: se está ante un eximio explorador de la naturaleza humana. De sus aspectos más oscuros y retorcidos (sí, hay que reconocerlo); pero humanos al fin. En este caso se basa en un escrito de la austríaca Elfriede Jelinek, ganadora del Premio Nobel, para dar forma a una trastornada historia de amor. Porque, en el fondo, se trata de eso. Más allá de que los protagonistas tengan una visión diferente acerca del mismo. Visión que, como se verá, irán modificando con el tiempo hasta descubrir sus facetas más recónditas e impredecibles.

La profesora de piano narra las acciones de Erika Kohut (interpretada por Isabelle Huppert, en una performance inolvidable). Ella es una reconocida intérprete de aquel instrumento, a tal punto que da clases en la prestigiosa academia local. Estricta, seria y fría, su vida gira en torno a su gran pasión: la música. De edad madura, es soltera y vive con su madre, con quien mantiene una extraña relación de absoluta y opresiva sumisión, originada en una sobreprotección extrema. Su vida profesional es un éxito, es sumamente respetada y admirada por propios y extraños. Pero su vida personal es un tanto diferente. Ajena al amor, prácticamente desconoce la existencia del término. En cuanto a su vida sexual, se reduce a espiar parejas o a frecuentar antros donde se vende y exhibe pornografía. Hasta que un día un apuesto joven comienza a interesarse en ella.

Walter Klemmer es un estudiante de ingeniería, con gran afición por el piano. Un día, en una reunión, conoce a Erika y queda profundamente impresionado. Pese a la indiferencia y al desprecio que ella le demuestra, él no está dispuesto a bajar los brazos. A tal punto, que se presenta en la academia con la intención de ser su alumno. Es aceptado, y su obsesión crece. Ella, por su parte –y a su manera- comienza a ceder ante las demostraciones de amor de su discípulo. Hasta que, finalmente, se produce el ansiado encuentro. Pero el mismo tiene poco de ortodoxo y romántico. “No tengo sentimientos” advierte en un punto la profesora. Pero el joven no quiere, o no puede, escucharla. Está convencido de, en alguna parte, la mujer esconde un lado tierno y sentimental. Sólo es cuestión de encontrarlo. Pero el tiempo pasa, y la situación no cambia. De a poco la mente del estudiante comenzará a ensuciarse, a impregnarse de esa cruda violencia que exhibe su amada. Hasta el punto tal, que se decide a acatar las perversas reglas de Erika. Se encuentra ahora irrevocablemente alienado, y nada bueno podrá resultar de ello.

¿Qué es el amor? Pregunta difícil si las hay, querido lector. “El amor es una maravillosa flor, pero es necesario tener el valor de ir a buscarla al borde de un precipicio”, afirma Stendhal. Walter Klemmer puede dar fe de ello, sin duda alguna. Pero también su profesora de piano. A su manera, ella lo amó. Después de todo, es la única forma que ella conocía de amor. ¿Es acaso su culpa? De alguna forma (que no conocemos, y que Haneke –brillantemente- no se preocupa en mostrar) llegó a convertirse en ese ser. En su mente, infectada de pornografía y sexo escatológico, esa es la única forma de expresión física amorosa. No existe otra cosa. Lamentablemente, pagará un alto precio para descubrir que la realidad dista mucho de aquello.

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lunes, 31 de mayo de 2010

Slums of Beverly Hills (USA, 1998)


Una comedia. Una propuesta que, a priori, puede parecer un tanto light. Y quizás lo sea, especialmente en comparación con la película anterior. No obstante, querido lector, es a través de sus ingeniosos diálogos y de su refinado sentido del humor que logra destacarse por sobre otros títulos del género. Se trata del primer largometraje de Tamara Jenkins, que alcanzaría el reconocimiento y la fama casi una década más tarde con La Familia Savage. De marcado tinte autobiográfico, la obra indaga en la adolescencia de una joven perteneciente a una familia –disfuncional y judía- en el Beverly Hills de los 70s.

Suburbios de Beverly Hills narra las acciones de Vivian Abromowitz (interpretada por Natasha Lyonne), única mujer entre dos hermanos –Rickey y Ben- y un padre divorciado, Murray (Alan Arkin). La situación económica de la familia no es buena, ya que la venta de autos a la que se dedica este último se encuentra estancada por la entrada al mercado de modelos japoneses. Pero, recibiendo ayuda frecuente de su solvente hermano Mickey, se las ingenia para mantener la familia en el exclusivo barrio de Los Ángeles y poder enviar a sus hijos a los colegios públicos del mismo. Es así como desarrollan un modo de vida nómade, mudándose de un departamento barato a cualquier otro que pueda aparecer a mejor precio. Es en este contexto que Vivian enfrenta los dramas de la adolescencia: el despertar sexual, nuevos sentimientos frente a un extraño vecino que le gusta, la incomprensión y el aislamiento, el desarrollo de unos senos prominentes… Como si esto fuera poco, se le agrega uno nuevo: cuidar a su prima Rita (interpretada por la bella y talentosa Marisa Tomei).

Rita acaba de escapar de un centro de rehabilitación por sus problemas con las drogas y el alcohol. No sabe qué hacer con su vida, es irresponsable y peligrosa. Pero es la hija de Mickey. Murray decide entonces tomarla bajo su tutela y la envía a una escuela de enfermeras, asegurándose el mecenazgo por parte de su hermano. Pero las cosas no serán sencillas en casa con la nueva integrante. Ben está obsesionado con convertirse en un actor famoso. Rickey, por su parte, sólo desea algo de atención. El padre tiene sus propios problemas con una mujer muy demandante. Sin contar siquiera con el entusiasmo de Rita, el plan pronto se verá muy comprometido; mantener la farsa viva durante la inminente visita del tío rico parece una utopía…

El film cumple con los requisitos del género: es dinámico en las acciones, cuenta con personajes estrafalarios y los gags necesarios; en síntesis, lo suficiente para hacer reír al espectador cuando se lo propone. Pero va más allá también y, por momentos, se torna en un drama que analiza las relaciones familiares. Relaciones que tienden, de por sí, a ser difíciles y problemáticas. Así como todo chiste, en el fondo, encubre una verdad –según el Dr. Freud- aquí los momentos graciosos sirven de bálsamo para las tensiones y las situaciones sofocantes. Todo ello sin entrar, acertadamente, en debates o planteos morales que serían superfluos y pretenciosos. Si algo nos han enseñado la posmodernidad y el incipiente siglo XXI es que la realidad supera a la ficción y que nos encontramos absolutamente curados de espanto. Difícilmente pueda sorprendernos lo que arroja la pantalla, pero sí probablemente las conclusiones obtenidas. O, al menos, el mero hecho de pensar en ellas. Por nosotros mismos, claro.

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viernes, 14 de mayo de 2010

Stellet Licht (México – Alemania – Holanda – Francia, 2007)


“A surprising picture, and a very moving one as well”. Las palabras avalan la elección de la película que se presenta. Y más aún cuando se trata de la opinión de un director genial, cuyo conocimiento acerca del arte cinematográfico puede considerarse omnímodo, como lo es Martin Scorsese. Pero es otro el creador de esta obra maestra, y su nombre es Carlos Reygadas. Este es el tercer trabajo del cineasta mexicano, que parece haber alcanzado aquí la madurez plena en su estilo después de lo insinuado en Japón y Batalla en el cielo, sus dos propuestas previas. Estilo que tiene como estandarte la belleza estética y la inacción, y cuya distintiva lentitud se alcanza –entre otros recursos- a través de largas tomas y planos estáticos.

Luz silenciosa narra las acciones de Johan, un campesino que pertenece a la comunidad menonita del norte de México. Si ya su mero nombre sugiere una distancia con su país, su apariencia la ratifica y su lenguaje la verifica: se comunica en plautdietsch, un dialecto utilizado por los menonitas rusos que poco tiene que ver con el español. Johan lleva una vida austera, profundamente religiosa y rutinaria. Trabaja en el campo y vive con su familia, compuesta por su mujer, Esther, y sus siete hijos. Es respetado entre sus pares de la comuna, que se encuentra aislada y cuyos modos y costumbres lejos están de los que se observan en cualquier urbe o poblado del país azteca. Mas no todo lo que brilla es oro. Hace un tiempo que mantiene él una relación extramatrimonial. Y esto, más allá del dilema familiar y social con el respectivo cargo de conciencia que le genera, lo pone en contra de un ente superior y sagrado: la Biblia, nada menos que la palabra de Dios.

Desconcertado, Johan acude a su padre. Para su sorpresa, el padre –que es ministro religioso- ha atravesado una experiencia similar y podrá aportar sabias palabras al respecto. De cualquier forma, la decisión no es fácil ya que sus sentimientos hacia Marianne (tal el nombre de la tercera en discordia) son absolutamente genuinos; él está completamente enamorado de esta mujer. Ella forma parte de la comunidad, y cumple con todos los requisitos necesarios para ser considerada digna de su amor. ¿La ama tanto, acaso, como a la madre sus hijos? He aquí la disyuntiva que lo azota y lo flagela sin tregua alguna. Pero hay un detalle importante que hará todo más complicado aún. Y es que él le ha comentado a su mujer la situación… Acertada o no, la decisión tendrá como consecuencia una precipitada aceleración de las acciones que llevarán a un final fantástico (en el sentido literal del término, aunque también –porqué no- en el figurado) y cargado de simbolismo.

La belleza de las locaciones donde transcurren las acciones, el ritmo cansino y el uso de actores no profesionales dotan a la obra de un alto contenido poético. La extrema consideración por la estética hace de esta película un espécimen único e imperdible. Las influencias de Antonioni, Tarkovski, Malick y muchos otros son claramente apreciables; pero, afortunadamente, no dejan de ser sólo eso. Si el cine, como sostiene André Bazin, sustituye nuestra mirada por un mundo más acorde con nuestros deseos, entonces no cabe duda que lo que hace Reygadas es cine. Y me permito agregar, querido lector: cine del más puro.

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jueves, 22 de abril de 2010

A Religiosa Portuguesa (Francia - Portugal, 2009)


El frenético BAFICI ha ornamentado, como desde hace 12 años, el otoño porteño. Y ha dejado, como siempre, material para un variopinto debate con obras de todo tipo. Más allá de los films galardonados, la película que se presenta ha sido –en la opinión de su humilde servidor, querido lector- una de las más destacadas (y destacables) del festival. Ambientada en la bella Lisboa, con personajes franceses y un director norteamericano –Eugène Green, radicado en Francia- ofrece un cóctel sumamente interesante que permite al espectador sumergirse en mundo místico, logrado en gran parte por el acertado uso de los magníficos fados lusitanos.

La monja portuguesa narra las acciones de Julie, una actriz parisina que arriba a la capital de Portugal para filmar una película. Se trata de su primera visita a la ciudad; dato curioso si se tiene en cuenta que su madre proviene de ese país, y que maneja el idioma a la perfección. Su papel es el de una monja del siglo XVII que vive un romance con un soldado francés. Julie acaba de finalizar una relación amorosa y, para mitigar el dolor, decide incursionar en las pintorescas calles de la ciudad. Así, va descubriendo en su camino diferentes personajes vernáculos. Vasco, uno de ellos, es un nene que juega solo en una plaza cuando el resto de los niños está en el colegio. Henrique, por su parte, es un hombre taciturno que la aborda osadamente y que parece tener mucho que contar. También sus compatriotas nutren sus días de rodaje: Denis, el director del film (interpretado por Green) y Martin, el coprotagonista.

Como es habitual en ella, esas relaciones acarrean un tinte superficial y efímero. Pero es cuando -en una capilla donde se graban escenas de la obra- la protagonista descubre a una monja rezando en posición genuflexa durante toda la noche, que su papel y su identidad comienzan a entrelazarse. Y más aún cuando se encuentra con un misterioso joven, quien le recuerda a la leyenda de Don Sebastián. Julie se decide finalmente a entablar conversación con la hermana Madalena, quien le ofrecerá profundas reflexiones que cambiarán su vida para siempre. Decidida a asumir su destino, la joven parece haber encontrado el sentido que faltaba en su existencia. Para ello buscará en el olvidado Vasco la compañía estable que estaba necesitando, y que nunca -hasta ahora- se había animado a asumir.

Son las pequeñas calles de Lisboa, con sus subidas y bajadas e infinidad de rincones encomiables, el lugar perfecto para recrear esta historia que oscila entre la realidad y la ficción. La música tradicional portuguesa colabora mucho para alcanzar la atmósfera onírica que puebla la pantalla. Se sumerge al observador en un mundo casi irreal, donde cuesta incluso reconocer a los humanos en los diálogos (los constantes primeros planos fijos y la peculiar forma de hablar de los personajes acrecientan el efecto). Al fin y al cabo, “lo absurdo es lo divino”, como sentenció alguna vez Pessoa. Se trata de una particular experiencia cinematográfica, sumamente original y fuera de los cánones tradicionales. Y eso hoy, en este séptimo arte de apenas un siglo de historia, ya es mérito suficiente.

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jueves, 25 de marzo de 2010

4 luni, 3 saptamâni si 2 zile (Rumania, 2007)



El aborto es un tema delicado. No se necesita ingresar a un blog de cine para confirmarlo. Hay quienes lo defienden a capa y espada y están también aquellos que lo combaten acérrimamente. Muy pocos le son indiferentes. Sendas posturas tienen sus argumentos, que no corresponde analizar aquí y ahora. En lo que probablemente todos estén de acuerdo, es en que se trata de una experiencia traumática para cada uno de los involucrados. De eso, ni más ni menos, se trata la película que se presenta. Con un fascinante aliciente adicional, constituido por el contexto: un país comunista, satélite europeo de la URSS.

4 meses, 3 semanas y 2 días narra las acciones de Otilia, una estudiante universitaria en Rumania. El año es 1987, el férreo régimen soviético somete a la nación. La joven tiene un largo día por delante: su compañera de cuarto, Gabita, se estará efectuando un aborto por la tarde y necesita de su ayuda. De hecho, Otilia debe encargarse de la gestión del mismo casi en su totalidad puesto que su amiga –si bien es muy bella- no destaca por su inteligencia. Demás está señalar que la actividad es ilegal, y que las consecuencias que ambas podrían enfrentar, de ser descubiertas, serían trágicas. Las de tener un hijo soltera bajo el régimen no distaban mucho de serlo, tampoco. Así, la pantalla se va plagando de tensión con cada movimiento de la protagonista. La atmósfera que se genera, ya de por sí represiva, se torna genuinamente asfixiante.

El punto de clímax se alcanza cuado hace su aparición Bebe, el doctor encargado de llevar a cabo la operación. Se trata de un personaje repugnante, paranoico y sádico que abusa de la situación para obtener beneficios personales. No obstante, cada una de sus apariciones genera una atracción casi irresistible: sus modos y su idiosincrasia dejan estupefacto al espectador, como quien se encuentra ante un ser real (es de carne y hueso), pero a su vez anacrónico y ficticio aunque sin caer en lo inverosímil. Afirmar si ese tipo de seres son producto del comunismo o no escapa al fin de esta obra. No se trata, en la misma, de juzgar sino de mostrar. Y de mostrar sin emitir juicio, con una fidelidad digna del género documental. No se envían mensajes a través de los personajes, ni se pretende adoctrinar a quien contempla la cinta con moralejas. Se trata de un fiel reflejo de una época determinada, en lugar determinado. Las conclusiones corren a cuenta de cada uno.

Dicho esto, debe advertirse que las imágenes seguramente lo acompañarán hasta bastante tiempo después de haberlas visto. Y que su cabeza rebalsará de conclusiones. Pero serán, como está previsto, propias y ajenas a cualquier influencia. La extraordinaria creación de Cristian Mungiu se presenta como una revelación de un tiempo y un espacio lejanos para muchos, no tanto para otros. Pero desconocido para la mayoría. Un tiempo que paradójicamente se concibe como la “edad de oro” por la administración soviética, cuyo poder estaba representado en Rumania por Nicolai Ceaucescu, mientras que para otros se trata de épocas nefastas, a las que urge sumergir en el olvido. Queda claro que todo, querido lector, depende del cristal con que se lo mire. ¿No lo cree usted?

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viernes, 26 de febrero de 2010

25 Watts (Uruguay, 2001)


¿Qué es lo que hace que una película sea “buena”? Seguramente estará de acuerdo, querido lector, en que una historia interesante es necesaria. También lo son imágenes bellas, componiendo una lograda fotografía. Las actuaciones, a su vez, deben ser convincentes. La música, por su parte, tiene que aportar lo suyo al desarrollo de las acciones. En términos generales, con eso –que es muy difícil de lograr, por cierto- suele resultar suficiente. Después están los detalles, esos ingredientes especiales que otorgan originalidad al film y que logran seducir al espectador. La obra que se presenta cumple con los requisitos primeramente mencionados, y destaca en los últimos principalmente por su esencia netamente rioplatense, una inminente simplicidad y un marcado ingenio.

25 Watts narra las acciones de tres amigos de Montevideo: Leche (interpretado por el talentoso Daniel Hendler), Javi y Seba. Se trata, ni más ni menos, de un día en la vida de esos tres jóvenes cualesquiera en la ciudad oriental. Es justamente esa condición la que dota de realismo y naturalidad a las acciones, aún ante las más desopilantes circunstancias. Leche se encuentra obsesionado por su profesora de italiano, Beatriz, que lo está preparando para un examen al que no se decide a enfrentar. Javi tiene un trabajo que no soporta, un jefe que lo hostiga y una novia llena de dudas cuya última ocurrencia fue regalarle un hámster. Seba, que no destaca por su agudeza mental, está ansioso por descubrir la pornografía y experimentar nuevas sensaciones.

Mientras las idiosincrasias de los protagonistas se entrelazan con un sobresaliente sentido del humor, sus acciones los van llevando a cruzar caminos con otros personajes. Son éstos en su mayoría memorables, y resultan fundamentales para alcanzar el notable dinamismo de la cinta. Así, hacen apariciones la abuela de Leche, una anciana postrada que sólo parece útil para sostener la antena de la televisión; Gerardito, un vecino de Leche con claras deficiencias mentales que ha perdido a su perro Ulises; Pitufo, que atiende un quiosco y es fanático de los récords Guinness (al punto de reclutar a otro joven, Kiwi, para que supere la plusmarca haciendo jueguito con un balón de fútbol); Gepetto, un repartidor de pizzas al que el ejército ha afectado severamente; Sandía, el dueño del videoclub que se jacta de su repertorio porno…

Está claro, y es innegable, que el largometraje de Pablo Stoll y Juan Pablo Rebella no aporta nada nuevo al arte cinematográfico. Sin embargo, la obra no dejar de ser sorprendentemente atractiva y cautivadora. Las marcadas tendencias costumbristas no caen jamás en los clichés; por el contrario, son fuentes de excelentes y animadas secuencias. Se trata de una prueba más de que la “nada” nunca es tal, sino que acarrea un sinfín de connotaciones que muchas veces se dan por sentadas por tratarse de cosas comunes, de todos los días. Pero es en lo cotidiano donde debe buscarse la esencia del vivir y donde mejor se puede apreciar lo interesante de la vida humana urbanizada. Aún en las sociedades posmodernas, donde todo está conectado y masificado, siguen siendo los individuos los encargados de aportar la identidad y de definir el curso de las acciones. Más allá de que, como en este caso, no estén muy seguros de cómo lograrlo…

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viernes, 12 de febrero de 2010

Seul Contre Tous (Francia, 1998)


Continuando con la tendencia de la película anterior, se presenta una obra directa y frontal, cargada también de una gran dosis de violencia. Pero la violencia de este film es diferente a la de Brother, que se caracteriza –como se analizara previamente- por ser totalmente explícita. Éste, por el contrario, es el caso en que nunca dejar de ser una sensación, un indicio. Pero la violencia está ahí, presente en cada momento y latente con cada sentencia, con cada línea de diálogo. El director, el franco-argentino Gaspar Noé (hijo del artista Luis Felipe Noé), triunfa en alcanzar un clima extremadamente tenso que va in crescendo -en forma sutil, pero certera- hasta alcanzar el grado de desesperante, asfixiante y, por qué no, perturbador.

Solo contra todos narra las acciones del carnicero, un típico caso de ese ser marginal que vive alejado del sistema y que no falta en ninguna sociedad. En este caso, la sociedad es la francesa. Sus carencias no se limitan a lo económico sino que también incluyen el plano educativo y, más importante aún, el afectivo. Abandonado por su madre a los dos años cerca de París, su padre es asesinado por los nazis. Un educador religioso lo priva de su inocencia. A los 14 años aprende el oficio de carnicero. Trabajando arduamente, consigue establecer su propio local a la edad de 30. En un encuentro casual, engendra una niña que la madre rechaza. Debe entonces criarla solo. La joven es prácticamente muda. Un día alcanza su primer período, y corre asustada hacia su padre. Éste, al ver la sangre deduce que ha sido violada y sale al encuentro del malviviente. Ataca, obviamente, a un inocente y es enviado a la cárcel. Su hija, a un instituto. Pierde su casa y su negocio. Eventualmente sale en libertad, pero está solo. Solo contra todos.

Comienza a trabajar en un bar, donde seduce a la dueña. Y la embaraza. Deciden entonces vender el local y empezar de nuevo en otra ciudad, abriendo una carnicería administrada por él. Se despide de su hija. Llegan a Lille, donde vive la madre de su mujer. Se instalan en su casa. Y ahora, recién ahora, es cuando empiezan las acciones de la película. El año es 1980. Hasta aquí una voz en off ha relatado la historia de este hombre, despejando el camino para lo que es realmente aterrador: lo que sucede en su cabeza. El desprecio por su mujer, que es gorda, fea y no le facilita el capital para abrir su negocio propio. La más profundad indiferencia ante la vida y la muerte. La incapacidad de sentir, excepto ese extraño amor –que coquetea con el incesto- que profesa por su hija. Su absoluta soledad, que desemboca en un feroz resentimiento hacia todo y hacia todos. Es ésa la clase de pensamientos que habita en su mente, y que lo llevarán cuesta abajo, en una caída irreversible.

El largometraje presenta interesantes recursos visuales, como mensajes e inscripciones en la pantalla que recuerdan las épocas más politizadas de Godard. La música, por su parte, realiza un aporte sustancial a la sensación de oscuridad tanto en las melodías como en los constantes efectos sonoros. Pero sin dudas la fortaleza de la obra radica en sus efectos psicológicos: en cómo lo macabro y siniestro que el protagonista lleva adentro está listo, agazapado, para exteriorizarse y salir a la superficie. Las consecuencias cuando esto sucede, como puede imaginarse, son nefastas. Y el carnicero, querido lector, no parece ser la excepción que confirme la regla...

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viernes, 22 de enero de 2010

Brother (Japón – USA - UK, 2000)


Le propongo, querido lector, alejarnos momentáneamente del mundo de la ciencia ficción y la fantasía para adentrarnos en una historia telúrica, más bien simple y violenta. La misma es creación del reconocido director Takeshi Kitano y, como es habitual en él, ahonda en la vida dentro del crimen organizado. Los códigos, el honor y las ambiciones entre los yakuzas (mafiosos japoneses) son su especialidad. En este film en particular, la situación se traslada a los Estados Unidos, donde a simple vista todo puede parecer muy diferente a lo que se ve y respira en el país nipón. Pero en el mundo del hampa nada es lo que aparenta, y las sorpresas abundan.

La película narra las acciones de Aniki Yamamoto (interpretado por el polifacético Kitano), un sangriento y despiadado yakuza que se dedica exclusivamente a la protección de su jefe, el líder de una importante agrupación mafiosa. Pero un día el jefe es asesinado, sumiendo al gángster en la más honda confusión. Confusión que se agudiza cuando su organización decide anexarse a las huestes de la familia rival. Aniki rechaza fehacientemente la unión, y pronto su cabeza adquiere un precio. Con toda la mafia tras sus pasos, el protagonista decide huir hacia los Estados Unidos, donde su medio hermano forma parte de una incipiente banda de narcotraficantes.

Aún desorientado, sin conocer el inglés y atravesando algunos momentos de zozobra, el desterrado logra dar finalmente con su hermano menor Ken. El mismo se encuentra en Los Ángeles, dentro de una banda de delincuentes de poca monta y origen heterogéneo. Este hecho llama la atención de Aniki al principio, pero rápidamente va comprendiendo el funcionamiento del negocio del otro lado del Pacífico. Y así, en poco tiempo, comienza a afianzar su vínculo con sus nuevos compañeros –en especial con Denny (Omar Epps)- e, incluso, a tomar decisiones. Su carácter, audaz y combativo, empieza a rendir sus frutos: el mercado se hace cada vez grande, se va eliminando a la competencia en forma progresiva. Pero el frenesí de conquista llevará a enfrentarlos a la más poderosa mafia local. Es así como un enfrentamiento sangriento determinará cuál de las dos prevalecerá, en un apoteótico desenlace.

El director japonés impone su inconfundible estilo en esta obra: cámaras estáticas y diálogos sucintos; bellas imágenes (como los asombrosos tatuajes de los yakuza) frente a violentas situaciones; música amena interrumpida por el estruendo de los disparos y los gritos. La idiosincrasia nipona, representada por Aniki, se contrapone al estilo de vida que éste halla en los Estados Unidos. Su hermano, quien evidentemente se ha americanizado, le parece casi un extraño en las primeras impresiones. Pero sutilmente va reconociendo nuevamente en él su vínculo familiar y la relación fraternal se reanuda, incluso con más fuerza que en su país de origen. No faltan las oportunidades en que los hermanos están dispuestos a sacrificar sus propias vidas por su código de honor, ése que determina que se respaldarán por siempre y que no permitirán que el otro salga lastimado. Han comprendido, finalmente y muy lejos de casa, el significado de la palabra brother; sin importar cómo se pronuncie o en qué lugar del planeta se encuentren.

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viernes, 8 de enero de 2010

Brazil (UK, 1985)


Un nuevo año que comienza y, con él, nuevos sueños y ambiciones ocupan nuestras mentes. Es con el simple objetivo de escapar del discreto encanto de la burguesía que se presenta la película en cuestión. Dirigido por Terry Gilliam, quien formara parte del estupendo grupo humorístico inglés Monty Python (de hecho, como estadounidense, era el único miembro extranjero), el film propone un mundo de fantasías que podría representar un sugestivo puntapié inicial para este 2010. Se trata de una proeza estética que analiza la capacidad de prevalecer ante la burocracia y el poder, aún cuando todo el régimen parezca estar en contra de uno.

Brazil narra las acciones de Sam Lowry (interpretado por el experimentado Jonathan Pryce), un empleado de tercera categoría en una gigantesca organización llamada el Ministerio de Información que, a su vez, forma parte de otra organización aún mayor y así sucesivamente. En ella reina lo peor de la burocracia, caracterizada por una total ineficiencia y una permanente sensación de paranoia frente a un desconocido “terrorismo” que amenaza su idiosincrasia. Sam no tiene ambiciones laborales, lleva a cabo sus tareas en forma monótona. Son sus sueños los que lo mantienen activo. En ellos se transforma en un ser angelical que pelea por salvar a una mujer, cuyo rostro se repite recurrentemente. Pero un día un desafortunado accidente generará un trastorno en el sistema. Y no será otro que Sam quien se ofrezca para intentar solucionarlo.

Es así como las indagaciones lo llevan a toparse con la mujer de sus sueños. Pero la dama huye despavorida, dejando al protagonista atónito. Para poder rastrearla, Sam deberá recurrir a su ambiciosa madre. Con su ayuda, logra ascender en la organización hasta poder encontrar a la mujer y comenzar una relación. Pero no todo es color de rosa: el error sigue sin remediarse, y la aparición de un fontanero prófugo (Robert de Niro) pondrá al héroe en contra del sistema. A tal punto, que es declarado enemigo público. Acorralado, la aprehensión de Sam parece inevitable. Pero él está decidido a enfrentar al gobierno y a pelear por su libertad hasta las últimas consecuencias –por más fatídicas que sean, o parezcan.

La obra es sumamente original, pero no reniega de las influencias de escritores como Orwell, Kafka y Huxley. Por el contrario, triunfa en trasladar sus influencias a un mundo personal y futurista. Dentro del mismo, se plantea el interesante contraste entre la belleza visual que irradia la pantalla y la difícil situación que atraviesan los habitantes del estado. La opresión es contrarrestada con impactantes imágenes generando una interesante dicotomía. Más allá de esto, el largometraje acarrea una fuerte carga conceptual en lo referente al manejo del poder, la sumisión ante un sistema de vida y las libertades de las personas. Pero todo es tratado con ingenio y con humor, de una forma sutil que lleva a la reflexión indirecta y, quizás, hasta tardía. No debería asombrarse, querido lector, de que Brazil continué dando vueltas en su cabeza tiempo después de verla y sienta la necesidad de repetirla: difícilmente logre dejar de asombrarse cada vez que lo haga.

Publicado por BC