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viernes, 8 de enero de 2010

Brazil (UK, 1985)


Un nuevo año que comienza y, con él, nuevos sueños y ambiciones ocupan nuestras mentes. Es con el simple objetivo de escapar del discreto encanto de la burguesía que se presenta la película en cuestión. Dirigido por Terry Gilliam, quien formara parte del estupendo grupo humorístico inglés Monty Python (de hecho, como estadounidense, era el único miembro extranjero), el film propone un mundo de fantasías que podría representar un sugestivo puntapié inicial para este 2010. Se trata de una proeza estética que analiza la capacidad de prevalecer ante la burocracia y el poder, aún cuando todo el régimen parezca estar en contra de uno.

Brazil narra las acciones de Sam Lowry (interpretado por el experimentado Jonathan Pryce), un empleado de tercera categoría en una gigantesca organización llamada el Ministerio de Información que, a su vez, forma parte de otra organización aún mayor y así sucesivamente. En ella reina lo peor de la burocracia, caracterizada por una total ineficiencia y una permanente sensación de paranoia frente a un desconocido “terrorismo” que amenaza su idiosincrasia. Sam no tiene ambiciones laborales, lleva a cabo sus tareas en forma monótona. Son sus sueños los que lo mantienen activo. En ellos se transforma en un ser angelical que pelea por salvar a una mujer, cuyo rostro se repite recurrentemente. Pero un día un desafortunado accidente generará un trastorno en el sistema. Y no será otro que Sam quien se ofrezca para intentar solucionarlo.

Es así como las indagaciones lo llevan a toparse con la mujer de sus sueños. Pero la dama huye despavorida, dejando al protagonista atónito. Para poder rastrearla, Sam deberá recurrir a su ambiciosa madre. Con su ayuda, logra ascender en la organización hasta poder encontrar a la mujer y comenzar una relación. Pero no todo es color de rosa: el error sigue sin remediarse, y la aparición de un fontanero prófugo (Robert de Niro) pondrá al héroe en contra del sistema. A tal punto, que es declarado enemigo público. Acorralado, la aprehensión de Sam parece inevitable. Pero él está decidido a enfrentar al gobierno y a pelear por su libertad hasta las últimas consecuencias –por más fatídicas que sean, o parezcan.

La obra es sumamente original, pero no reniega de las influencias de escritores como Orwell, Kafka y Huxley. Por el contrario, triunfa en trasladar sus influencias a un mundo personal y futurista. Dentro del mismo, se plantea el interesante contraste entre la belleza visual que irradia la pantalla y la difícil situación que atraviesan los habitantes del estado. La opresión es contrarrestada con impactantes imágenes generando una interesante dicotomía. Más allá de esto, el largometraje acarrea una fuerte carga conceptual en lo referente al manejo del poder, la sumisión ante un sistema de vida y las libertades de las personas. Pero todo es tratado con ingenio y con humor, de una forma sutil que lleva a la reflexión indirecta y, quizás, hasta tardía. No debería asombrarse, querido lector, de que Brazil continué dando vueltas en su cabeza tiempo después de verla y sienta la necesidad de repetirla: difícilmente logre dejar de asombrarse cada vez que lo haga.

Publicado por BC


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