Ya estás cansado del pochoclo? En busca del buen cine tiene la solución... CINE EN SERIO

martes, 29 de septiembre de 2009

When We Were Kings (USA, 1996)


Esta semana le propongo, querido lector, ahondar en el género documental a través de un excelente ejemplar como es la película en cuestión. Se trata del análisis de uno de los eventos deportivos más importantes de la historia, en un contexto geográfico y social fascinante, centrado en un personaje emblemático que trascendió –por diversos motivos- el ámbito meramente atlético. Si a esto se le agrega el testimonio de muchas personalidades de la época así como la presencia de grandes artistas para musicalizar las acciones, lo que se obtiene no es otra cosa que una experiencia imperdible.

Transcurre el año 1974, el campeón del mundo de los pesos pesados es el imponente George Foreman. Ha destruido a conspicuos exponentes del peso como Ken Norton y Joe Frazier, y parece francamente invencible. Sólo un hombre podría ser capaz de vencerlo, un hombre que paradójicamente ya está muy cerca del mito: Muhammad Alí. Si bien ha vencido en sus últimas peleas a los mismos rivales que el campeón, son muchos lo que sostienen que el oriundo de Louisville, Kentucky, no es el mismo que ganara el título diez años atrás todavía bajo el nombre de Cassius Marcellus Clay: ha perdido un par de peleas, su velocidad ha disminuido, sus piernas ya no parecen tan rápidas; en fin, no sólo ha envejecido -como acostumbran los mortales- sino que estuvo tres años y medio sin boxear por negarse a combatir en la guerra de Vietnam aludiendo ser objetor de conciencia (se lo impedía la religión del Islam). El controvertido promotor Don King vislumbró la posibilidad de hacer realidad el enfrentamiento y ofreció la estridente cifra de cinco millones de dólares a cada uno. Esos diez millones de dólares serían aportados por el presidente de Zaire, el coronel Mobutu, con la condición de que el combate se llevara a cabo en su capital, Kinshasa, en el corazón del África...

Demás parece mencionar la conmoción que genera el combate en el mundo y, en especial, en el ex Congo belga. Mientras los boxeadores llegan al país y comienzan sus entrenamientos previos al combate, se pueden apreciar los constantes problemas que acosan a los organizadores del mismo: la ciudad es muy precaria y no cuenta con los recursos necesarios ni la infraestructura como para sustentar semejante espectáculo y toda la parafernalia que el mismo acarrea. Además, el ambiente en las calles se encuentra enrarecido por la feroz dictadura de Mobutu. No obstante lo anterior, los días pasan y llega finalmente el ansiado momento de la gran pelea. El tiempo de las palabras deja lugar a las acciones y las imágenes hablan por sí solas, con la realidad superando a la ficción en un evento que alcanza hoy el rótulo de legendario.

La extrovertida figura de Alí acapara las acciones a partir de su ingenioso sentido del humor, su cadenciosa dialéctica y su verborragia inagotable. Es el protagonista absoluto del film, y sus carismáticas apariciones no cesan de sorprender a lo largo del mismo. Los comentarios del cineasta Spike Lee y de los escritores George Plimpton y Norman Mailer enriquecen, a su vez, los hechos con profundas observaciones acerca de los personajes y su entorno. La encendida música corre por cuenta de BB King y de James Brown. El documental peca, si se quiere, de subjetivo pues cede ante la magnética atracción generada por Alí, pero poco parece haber que refutar a esto: su estirpe es totalmente atrapante y envolvente. Lo invito a corroborarlo por su cuenta.

Publicado por BC

martes, 22 de septiembre de 2009

Stranger Than Paradise (USA – Alemania Occidental, 1984)


Para continuar con la sana costumbre, esta semana se presenta una película sumamente especial y única, un verdadero ícono del cine independiente (o indie, en la versión aggiornada). Su director es el hoy reconocido Jim Jarmusch que, pese a continuar alejado del mainstream hollywoodense, ha forjado un renombre con obras como Flores Rotas y Coffee and Cigarettes. Se trata de una producción simple, claramente under, que logra atenuar la escasez de recursos con una propuesta original y atractiva.

Extraños en el paraíso narra las acciones de Willie, un neoyorquino que pasa sus días apostando y procurando hacer dinero fácil junto a su amigo Eddie. Interpretado por el distinguido músico y actor John Lurie (la música del film es de su autoría), este personaje disfruta de su tiempo libre, priorizando el ocio por sobre cualquier actividad laboral. Un día recibe un llamado desde Hungría, la patria de sus ya largamente olvidados ancestros, en el que se le informa la inminente llegada de su prima Eva. Si bien el destino final de ella es Cleveland (donde reside la abuela de ambos), primero compartirá unos días con él en su reducido apartamento. La noticia no es bien recibida por Willie, que no siente vínculo alguno con el lejano y desconocido país europeo y que no está dispuesto a alterar su cansino andar por la vida. Finalmente se concreta la llegada de Eva, cuyo imperfecto manejo del inglés (entre otros factores arbitrarios) irrita a su primo. Los días transcurren y, pese a los altibajos, la relación se va tornando más llevadera al punto de que durante la despedida el clima imperante es de una profusa tristeza.

Las andanzas de los socios continúan, y en un juego de cartas logran finalmente alzarse con una suma importante –amén de haberse arriesgado a incursionar en la trampa. Sin saber qué hacer, deciden emprender un viaje a Cleveland a visitar a la joven visitante húngara. Una vez allí se produce el ansiado encuentro con Eva y la abuela, que resulta ser todo un personaje, pero en breve la fría ciudad de Ohio redunda en un tedio abrumador e insostenible para los protagonistas. El destino escogido esta vez es la cálida Florida y allí se dirigen, con la novedosa compañía de Eva. Pero los hechos no siguen el curso deseado: las apuestas comienzan a flaquear y el dinero se desvanece. Los ánimos se tensan y las discusiones afloran. Cuando todo parecía perdido, un golpe de suerte estremece a los protagonistas, pero puede que sea ya demasiado tarde…

La obra, dividida en tres capítulos o actos, se caracteriza por su particular estilo de tomas únicas divididas por varios segundos de pantalla en negro. Impera una sensación constante de sencillez generada por el modo de representación austero –a través de un prácticamente ascético blanco y negro- que se sustenta en los lúcidos y acertados diálogos. No debe omitirse la relevancia del tema I put a spell on you, de Screamin´ Jay Hawkins, que hace las veces de leitmotiv aportando ritmo a las peripecias de estas tres personas en la búsqueda de…bueno, querido lector, eso que todos anhelamos pero parece tan difícil de describir y, más aún, de alcanzar. Ojalá que esta película, con sus interesantes reflexiones acerca de la soledad, la comunicación (o la falta de ella) y las ambiciones, le ayude a hacer más ameno el viaje.

Publicado por BC

lunes, 14 de septiembre de 2009

Barfly (USA, 1987)


La película que se presenta esta semana está íntimamente relacionada con una expresión artística diferente, como es la literatura. Se trata de un guión del polémico escritor Charles Bukowski, de carácter marcadamente autobiográfico y protagonizado por su alter ego. Si bien en la escritura de Bukowski radica uno de los puntos fuertes del film, no es ese el único mérito del mismo. Por el contrario, son muchas las bondades que ofrece más allá del universo de este poeta maldito del siglo XX; en suma, se trata de mucho más que de un simple retrato o de una biografía para la pantalla grande.

Barfly narra las acciones de Henry Chinaski, un personaje muy particular que vive – o, mejor dicho, sobrevive- en la ciudad de Los Ángeles. Interpretado por el talentoso (y, por cierto, reincidente en el blog) Mickey Rourke, Henry conforma el prototipo del ser alejado del sistema: parece incapaz de poder mantener un trabajo, vive en condiciones muy precarias y carece de bienes materiales. Lo que más disfruta hacer es, lisa y llanamente, emborracharse en los bares de la ciudad y adentrarse en viajes hacia el fin de la noche. Cuando estos avatares no terminan en violentas peleas, el protagonista conoce interesantes personajes. Es así como se cruza en su camino Wanda (encarnada por la bella y experimentada Faye Dunaway), una misteriosa mujer también devota del alcohol con la que no tardará en unir fuerzas y compartir su pintoresca senda de desventuras.

Durante el día Henry se dedica a escribir relatos y poesías, mientras disfruta de su amada música clásica, que luego envía indefectiblemente -en lo que se asemeja más a un impulso instintivo que a algún tipo de genuina esperanza- a diversas publicaciones literarias. Un determinado día llega a manos de una exitosa agente literaria una de esas tantas obras y la impacta en sobremanera, a tal punto que decide publicarla en forma inmediata. Pero el problema se presenta a la hora de localizar al enigmático autor de esas líneas, ya que su andar es harto impredecible. Finalmente, no sin requerir ayuda externa, la dama lograr dar con Henry, comunicarle la grata noticia y entregarle además un sustancioso cheque como forma de pago. Como es de esperarse, el peculiar escritor causa toda una impresión en la importante mujer que no deja de admirarse por sus particulares maneras e ideales. Una cosa lleva a la otra y, en poco tiempo, se desata un nuevo romance en la vida del héroe. Cuando se quiere acordar, se encuentra viviendo en una lujosa mansión y conduciendo autos de lujo. Se ha alejado de sus viejas usanzas (no de todas ellas, por supuesto) y, conciente de ello, sabe que debe tomar una decisión relativa a dos mujeres muy diferentes que ofrecen dos estilos de vida diametralmente opuestos. Pero la decisión se demora, y un encuentro entre ambas parece inevitable…

La película de Barbet Schroeder (director de Mi secreto me condena y La Virgen de los Sicarios, entre otras) es de un estilo lacónico, casi minimalista, que triunfa en brindar sensibilidad y humanismo al personaje principal. Debajo de las extravagancias, y de las convenciones sociales que lo apuntalan como un perdedor, yace un ser humano -con todo lo que ello implica- en la más difícil de las búsquedas: la de sí mismo. La tristeza y la soledad de los diferentes ambientes donde él se desenvuelve son logradas a la perfección, y una inminente sensación de melancolía puebla la pantalla en forma unánime. Ayuda a alcanzar esta unívoca y oscura nostalgia, por su parte, la tímida presencia de la música que sólo se hace presente en determinados pasajes puntuales y en forma excelentemente sincronizada con las acciones. Barfly resultará sin dudas una pieza de cabecera para los amantes de Bukowski, pero puede (y debería, querido lector) ser apreciada por cualquier seguidor del séptimo arte ajeno, incluso, a la esfera de influencia del crudo escritor.

Publicado por BC

lunes, 7 de septiembre de 2009

The Cook, The Thief, His Wife & Her Lover (UK - Francia, 1989)


Dando por finalizada, en forma meramente provisoria, la incursión en la obra de la familia Coppola de las semanas pasadas es que se presenta ahora la película en cuestión. Se trata de una interesante producción artística, dirigida por el excéntrico Peter Greenaway, que posee una variedad de elementos distinguidos y significativos que le aportan unas características únicas e impactantes. El resultado es un film tan asombroso como original, en el que se requiere la devoción de todos los sentidos para una apreciación plena.

El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante narra las acciones del matrimonio conformado por Albert y Georgina Spica. El primero (interpretado por Michael Gambon en una deleitable lección de actuación) es un ser malvado e inescrupuloso, dueño de un exclusivo restaurante, que carece de cualquier tipo de modales o sentido de honor en la vida y, menos aún, en los aspectos relativos a los negocios. La mujer de esta personificación del mal es encarnada por la experimentada Helen Mirren, y se muestra como una dama educada y sensible en contraste con su infame marido. Mientras este último impone un régimen de terror en su fastuoso restaurante y boicotea cualquier indicio de competencia a través de sus matones, Georgina comienza a fijarse en un cliente habitual que digiere las delicias del chef francés siempre en compañía de libros. Es así que Michael, tal el nombre del lector misterioso, repara a su vez en ella dando comienzo a un apasionado romance. Los primeros encuentros se desarrollan en el mismísimo local, con la complicidad del staff –liderados por Borst, el chef galo- que no siente precisamente una gran afinidad por el jefe.
El romance continúa, pese a las alarmantes sospechas del señor Spica, y el espectador descubre cómo Michael, que dedica su vida a los libros, se erige en la némesis total y absoluta del marido de su amante. Pero el idilio no será eterno: finalmente la aventura es descubierta y las consecuencias, como puede intuirse, son de carácter sangrientamente trágico. No obstante, Georgina ha experimentado el edén amoroso, ese sentimiento inexplicable pero certero que no olvidará jamás y que le hace sentir ahora sólo repulsión hacia su esposo. Una única idea existe en su mente y esa es la de venganza. De esta forma gestará ella un deslumbrante y apoteótico plan para vengar a su amado y enseñarle a su marido una lección eterna y elocuente, paradójicamente en el lugar que menos lo espera y donde más cómodo y a gusto se siente…
La singular película de Greenaway cuenta con unos ambientes desarrollados en forma exquisita, que semejan grandilocuentes puestas de escena del mundo del teatro y la arquitectura. Los colores tienen una gran influencia en las imágenes, variando su influjo según las locaciones. En el restaurante se divisa un imponente cuadro del pintor flamenco Frans Hals que irradia su contenido en todas direcciones, dotando al film de un extraño sentido pictórico. Esto se logra también por la excelente fotografía, así como por el distinguido vestuario (creado por el diseñador francés Jean Paul Gaultier) que remiten a otra época. En parte es esta sensación de anacronismo la que destaca la obra y la hace tan deslumbrante, sin olvidar el aporte de otro elemento fundamental como es la música: en este caso, se trata de una banda sonora deliciosa que complementa a la perfección la crudeza y belleza de las acciones. En resumidas cuentas, querido lector, se trata de una exaltación de la estética digna de los más puros placeres oníricos de la que no debería privarse bajo ninguna circunstancia.

Publicado por BC