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martes, 17 de enero de 2012

Pulp Fiction (USA, 1994)


Cualquier cosa que se escriba sobre esta obra maestra podría pecar de vana, o incluso de anacrónica. Sin embargo, 17 años han pasado ya desde su estreno y si bien su vigencia se mantiene intacta, hay hoy toda una generación que llegó al mundo tras su aparición y bien podría ignorar su existencia. Los tiempos actuales, por demás vertiginosos, suelen fomentar lo novedoso e ignorar lo pasado. Es por eso, querido lector, que se presenta en esta ocasión el film emblema de Quentin Tarantino. Si ya lo vio, sepa aceptar las disculpas del caso. Si no lo hizo aún, entonces prepárese para adentrarse en los 90s: mafiosos –y sus mujeres, boxeadores, dealers, policías, militares, gángsters y otros personajes lo acompañarán en el viaje. El paisaje que lo circunscribiría será sumamente pop, y plagado de violencia. Podrá reconocer a una verdadera constelación en el elenco, y se sentirá seducido por la inolvidable banda sonora. Son esas las sensaciones que me invaden al evocar la primera vez que fui presa de su encanto.

Tiempos Violentos narra las acciones de varios personajes, entrelazados a través de diferentes capítulos. Vincent Vega (el papel que devolvió a John Travolta a los primeros planos) es un gángster que acaba de regresar de Europa. A su retorno une fuerzas con Jules (Samuel Jackson con un afro icónico) para recolectar una valija para el jefe de ambos, Marsellus Wallace (Ving Rhames). Además de lo anterior, Wallace encomienda a Vincent entretener a su esposa –la bellísima Mía (una actuación genial de Uma Thurman)- durante la noche. Pero a este último no se le ocurre mejor idea que inyectarse droga antes de la cita, lo que complicará significativamente las cosas. Por otro lado tenemos a Butch (Bruce Willis), un boxeador sobornado por Wallace para caer en el quinto round de su próxima pelea. Minutos antes del combate le invaden recuerdos relacionados con el reloj que su difunto padre le hizo llegar a través de un emisario (Cristopher Walken); esta epifanía produce no solo que no caiga en el asalto pactado, sino que termine literalmente matando a su rival. Debe entonces escapar de las huestes del mafioso, que lo persiguen infructuosamente hasta que el destino se encarga de juntarlos en una bocacalle, desatando una feroz batalla entre ambos –en la que no faltarán terceros para animarla.

Por último, tras sustraer con éxito la valija, Vincent y Jules se retiran con un rehén al que el primero –accidentalmente, por cierto- le vuela la cabeza. Deben entonces deshacerse del cuerpo y limpiar el baño de sangre en el que se ha transformado el auto. Para ello acuden a la casa de Jimmie (el mismísimo Tarantino), que está casado con la exigente Bonnie y les exige una pronta solución al problema. Es entonces cuando recurren a The Wolf (Harvey Keitel), experto en solucionar situaciones como ésta –pero sumamente exigente. Tras sortear el problema, los protagonistas se dirigen a una cafetería donde –sin saberlo- los espera un intento de asalto por parte de dos principiantes.

¿Cómo entrelazar historias aparentemente tan disímiles? se preguntará Ud., querido lector. Ahí radica el talento de Tarantino y Roger Avary, quien coescribió el guión con el director. Talento que ha demostrado no ser el único en poseer el oriundo de Knoxville, Tennessee. Su estilo, si bien influenciado por cineastas como Scorsese o Peckinpah, ha logrado retratar la violencia de éstos, nuestros postmodernos tiempos, y dotarla de un dinamismo único y personal. Disertaciones sobre ficciones, todas ellas; siempre y al fin y al cabo, pero sin duda de una clase diferente. Sólo resta procurar salir ileso del verso de Shakespeare: “Violent delights have violent ends” o, al menos, que valga la pena correr el riesgo. Y de eso, el Sr. Quentin puede dar garantías al respecto.

Publicado por BC