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miércoles, 19 de octubre de 2011

Eyes Wide Shut (UK – USA, 1999)



Si se intentase, querido lector, crear genéticamente al director perfecto, al prototipo del cineasta total, las probabilidades son elevadas de que el resultado arrojase el ADN de Stanley Kubrick. El talento del neoyorquino de origen (vivió muchos años en Inglaterra) es de una magnitud tal que basta con mencionar algunas de sus películas para cerciorarlo: El Beso del Asesino; La Patrulla Infernal; Espartaco; Lolita; Dr. Strangelove; 2001, Odisea del Espacio; La Naranja Mecánica; Barry Lyndon; Full Metal Jacket. Se trata de un verdadero artista del siglo XX, que llevó el oficio de hacer películas a niveles insospechados de elaboración y complejidad. El film que se presenta es el último de su repertorio, y su estreno tuvo carácter póstumo.

Ojos bien cerrados narra las acciones de Bill Harford (un solvente desempeño de Tom Cruise), un joven médico de muy buen pasar en la ciudad de New York. Vive con su bella esposa Alice (interpretada por quien entonces era la mujer del actor en la vida real, Nicole Kidman) –que es curadora de arte- y su hija Helena. Ambos son exitosos profesionales, y parecen conformar una pareja perfecta. Pero, como es de esperarse, las apariencias engañan. Tras regresar de una fiesta, en la que ambos coquetearon por su cuenta, y fumar un poco de marihuana, ella se torna un tanto agresiva y reacciona de la peor manera ante un comentario de su marido: le cuenta que, no mucho tiempo atrás, había considerado serle infiel y que lo único que lo evitó fue la indiferencia del otro hombre. Esto genera un duro golpe en Bill, que comienza a recrear imágenes en su cabeza. Imágenes que, claramente, no son más que el producto de su imaginación… y que sin embargo lo obsesionan.

Así es como el doctor se adentrará en el mundo de la prostitución y de grandilocuentes orgías, casi al estilo de la antigua Roma. Justificándose en el ominoso proceder de su esposa, se encuentra pronto en un ambiente que desconoce -un mundo lejano a su morada aledaña al Central Park- en el que los peligros se tornan inminentes y las amenazas afloran. La escalada continúa, con ambos cónyuges persistentes en sus juegos (él con las aventuras, ella con sus sueños eróticos), enceguecidos en sus estrechas realidades e incapaces de reaccionar y de recapacitar al respecto. Hasta que, como suele ocurrir, la cuerda se tensa demasiado y se llega al límite. Los dos parecen querer abandonar el pesado barco de los celos, pero no les resulta sencillo: tienen los ojos bien cerrados.

“Ser perfeccionista no implica hacer las cosas perfecto”, sentenció Jack Nicholson, exhausto tras someterse a la ardua batuta de Kubrick en El Resplandor. Y es que el gran director era tremendamente detallista y exigente; minucioso hasta el extremo, no hacía concesiones cuando de filmar se trataba. De esta forma logró forjar un estilo personal y sin parangón alguno. Fue así como alcanzó niveles estéticos insuperables, acompañados siempre por las más asombrosas bandas sonoras y exquisitas piezas musicales (generalmente del ámbito clásico). Sus obras irradian la inequívoca sensación de que se está ante un maestro del arte audiovisual, ante un eximio conocedor del medio, ante lo más parecido a la perfección que ha visto el cine en su corta pero nutrida existencia. Para aquellos que coinciden con Jack, el viejo corolario: a las pruebas me remito.

Publicado por BC