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lunes, 23 de agosto de 2010

Love Streams (USA, 1984)


Constituye un gran honor, un verdadero motivo de orgullo, introducir la película en cuestión para aquellos que desconozcan la obra de John Cassavetes. Para los que sí la conocen, se trata entonces de una enorme responsabilidad. La misma radica en hacer merecida justicia a este cineasta genial, que influyó a generaciones enteras y cuyas tan personales creaciones no cesan de fascinar a los espectadores a través de los años. Porque al indagar en las relaciones humanas, con su estilo frontal y minimalista, parece lograr el cometido más codiciado: reflejarlas con transparencia y naturalidad, pero a la vez con un dejo propio e inconfundible. Su impronta única lo sitúa entre los talentos más destacados –fue también un notable actor- del cine independiente norteamericano.

Corrientes de amor narra las acciones de Sarah Lawson (interpretada por la estupenda Gena Rowlands; musa inspiradora, esposa y actriz fetiche del director) y de Robert Harmon (Cassavetes). Ambos protagonistas tienen mucho en común. Algunas de estas características son evidentes como, por ejemplo, el hecho de que son de edad madura y de que están solos en el mundo, ansiando encontrar amor en sus vidas. Hay otras que no lo son tanto, y se irán develando con el transcurrir de las acciones.

Sarah acaba de divorciarse de su marido (Seymour Cassel, actor recurrente en el director). Al golpe que esto implica, se le suma que Debbie -la hija que ha resultado del fallido matrimonio- prefiere vivir con su padre antes que quedarse con ella. Pero la elección de la niña no es improcedente: su madre tiene una conducta errática e impredecible, que incluye frecuentes ataques de nervios y accesos neuróticos.

Robert, por su parte, es un escritor atormentado por sus propios fantasmas como artista. Su gran afición por el alcohol y los cigarrillos, así como su afinidad por las mujeres más jóvenes, lo llevan por un camino vertiginoso y nocivo. En el mismo no parece haber lugar para las responsabilidades, en especial cuando de su pequeño hijo se trata.

¿Pero qué es lo que vincula a estos dos personajes?, se preguntará Ud., querido lector. La respuesta pareciera ser que ambos viven al límite, encerrados en sus propios abismos. En el apremiante confinamiento en que se encuentran (la mayor parte del film transcurre en la casa de Robert), necesitan algo a lo que aferrarse. Y esa esperanza reposa en el amor, en ese extraño sentimiento omnipresente en la obra de Cassavetes y que tanto lo obsesiona. Es el amor desencantado, fraternal, reflexivo y existencialista el motivo de sus más íntimas pesquisas; es el amor como excusa para soportar el dolor, como remedio contra la densa realidad. La necesidad de encontrar un compañero, esa otra pata que permite a nuestra estructura mantenerse en pie y a escapar de la apremiante soledad. Alguien en quien confiar sueños, miedos, proyectos y pasiones. Ese alguien a quien poder afirmarle, en palabras de Miguel de Unamuno, “si tu pie izquierdo te duele, mi pie derecho empezará a dolerme”. Eso mismo es lo que buscan Sarah y Robert, y lo que anhelan hallar imperiosamente, aunque no sea necesariamente el uno en el otro...

Publicado por BC