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jueves, 1 de marzo de 2012

Gatica, el Mono (Argentina, 1993)



Quizás sea el fervor nacionalista que plaga los aires; quizás sea la influencia de lo popular y federal, que está tan de moda en estos tiempos. La cuestión es que hasta la fecha no se había presentado en este blog ninguna película argentina y ya era hora de que suceda. El cine vernáculo cuenta con importantes exponentes; desde Lucas de Mare y Hugo Fregonese –con su importante irrupción en Hollywood, pasando por el clan Torres Ríos y Torre Nilsson, Sergio Renán, Eliseo Subiela y llegando hasta el presente, con Lucrecia Martel y Luis Ortega. Hay más nombres, muchos más. Pero el más importante sea probablemente el de Fuad Jorge Jury, más conocido como Leonardo Favio. Su extraordinario talento relega sus excentricidades, y el hecho de que sólo haya realizado una decena de obras. Peronista a ultranza y cantante romántico de baladas, Favio ha desarrollado una estética exquisita a lo largo de su carrera –para nada exenta de la influencia de sus pasiones- que lo sitúan en la cúspide del cine nacional.

Gatica, el Mono narra las acciones de José María Gatica (una labor brillante de Edgardo Nieva), un famoso boxeador de las décadas del 40 y el 50. Oriundo de San Luis, su familia emigró a Buenos Aires cuando él era apenas un niño. Sin embargo, dada la extrema pobreza que atravesaban, se vio obligado a trabajar como lustrabotas en la plaza Constitución. Allí las disputas eran moneda corriente, y pronto el chico de la calle se transformó en un hábil peleador. Así fue como cruzó caminos con El Ruso, quien se convertiría en su más cercano amigo y compañero de vida. El joven entonces decide adentrarse en el boxeo profesional, y comienza a hilvanar una interesante serie de triunfos.

Su estilo pugilístico era aguerrido y frontal, pero de pocos miramientos técnicos. Esto, sumado a su arrogante personalidad y a su manifiesta simpatía por el entonces presidente Perón, le valió la animosidad de los sectores altos de la sociedad (que lo apodaban peyorativamente “mono”) y la devoción de las clases bajas, que lo bautizaron “el tigre puntano”. Se transformó, a fuerza de golpes, en un personaje emblemático de la Argentina de entonces con acceso directo, por citar sólo un ejemplo, a Eva Perón. Su escasa educación, producto de sus orígenes marginales, solía jugarle malas pasadas y se vio envuelto en numerosos escándalos –como el nocaut en un round que le propinó el campeón del mundo, Ike Williams, en New York. Esto le valió el distanciamiento del matrimonio presidencial, y el principio de un ocaso que sería tan abruptamente precipitado como letal.

Una historia más del deportista que pasa de no tener nada, literalmente, a tener todo lo que el dinero puede comprar. Casi un lugar común, pero narrado maravillosamente por el talento de Favio. Las escenas de boxeo denotan una gran influencia del Toro Salvaje, la obra maestra de Scorsese. Es innegable, como también lo es la capacidad del director de trazar un paralelismo entre la historia de un hombre (y todos sus matices) y la de una nación entera -particularmente la del peronismo. La estirpe épica del film queda evidenciada en la recreación minuciosa de la época, apoyada en una banda sonora a la altura de las circunstancias y de preeminencia tanguera. Una verdadera obra de arte, poesía de la más pura; de esas que hacen a uno sentirse realmente orgulloso de su país, más allá de los sentimientos de moda y las tendencias pasajeras.

Publicado por BC

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