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martes, 8 de noviembre de 2011

Office Space (USA, 1999)


Todo aquel que haya trabajado alguna vez en relación de dependencia -específicamente en una oficina, probablemente se haya enfrentado a una crisis existencial. Tarde o temprano los ritos del fragor laboral cotidiano (el transporte, las charlas banales sobre fútbol o el clima, los saludos, los códigos, las presiones, los horarios, el jefe, etc.) devienen en una rutina exasperante, que puede culminar en la desesperación. Es entonces cuando hace su aparición el eterno interrogante: ¿es esto lo que quiero hacer con mi vida? La respuesta es harto compleja, y está fuera del alcance de este humilde servidor. Lo que sí puede ofrecerse es una interesante reflexión sobre el tema, y ella radica en la película que se presenta.

Enredos de Oficina narra las acciones de Peter Gibbons (interpretado en gran nivel por Ron Livingston), un programador que se desempeña en la compañía de software Initech. Los métodos burocráticos y un gerenciamiento asfixiante han dejado su huella en Peter, quien se encuentra desmotivado y al borde del desasosiego. Si sus compañeros no ayudan, acosados también por la depresión y el aburrimiento, mucho menos lo hace su jefe: Bill Lumbergh (una labor encomiable de Gary Cole) es un ser irritante, hipócrita y presumido que hostiga permanentemente al personal. Como si esto fuera poco, hacen su incursión en la oficina dos consultores externos contratados para reducir costos (¿acaso un eufemismo para “recortar personal”?). La noticia termina de desmoronar a Peter, y es entonces que su novia decide llevarlo a un hipnotizador. Pero en el medio de la sesión, algo saldrá mal y cambiará el curso de las acciones.

Tras la fallida experiencia, el protagonista está más relajado. Quizá hasta demasiado: poco a poco, se va desinteresando de aquellas cosas que otrora lo estresaban -como su jefe o su novia- y se preocupa por las que realmente anhela –como invitar a salir a la camarera del restaurante que frecuenta (Jennifer Aniston) o ver ininterrumpidamente su serie favorita, Kung Fu. La tendencia se acentúa, y al poco tiempo a Peter ya no le importa nada. Absolutamente nada. Pero se siente muy bien, mucho mejor que antes. Sorpresivamente, su actitud le rinde frutos en el plano laboral. No corren la misma suerte sus compañeros que, ante el despido inminente, idean un plan para vengarse de la empresa. Pero el mismo no saldrá tal cual lo planeado sino que disparará una serie de altercados hasta el sorpresivo desenlace.

La gran virtud del guionista y director Mike Judge reside en lograr un entorno y unos personajes sumamente creíbles, con los que la identificación es del todo factible. El creador de Beavis and Butt-head demuestra una vez más ser un observador agudo y crítico de la sociedad, capaz de hacer reír a carcajadas pero también de generar la reflexión profunda y visceral. Y es aquí donde la obra destaca; en la descripción de ese coqueteo entre el drama y la comedia con el que lidiamos día a día, de esa sensación agridulce que nos acompaña en el andar diario y que parece incrementarse exponencialmente dentro de la oficina, pero que disminuye vertiginosamente una vez fuera de ella. Sensación difícil de describir si las hay –con palabras, al menos- por lo que no conviene ahondar en ella: para ello está el querido cinematógrafo ofreciendo, en este caso, reveladores enredos de oficina.

Publicado por BC

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