Una
vez más, querido lector, la película que se presenta está ligada íntimamente a
un género artístico diferente como lo es la música. Particularmente, indaga en
la vida y obra del músico de rock británico Ian Kevin Curtis –cantante y compositor del influyente grupo Joy Division. La obra es creación del
holandés Anton Corbijn (de hecho, se
trata de su primer largometraje de ficción ya que hasta entonces sólo había realizado
videos musicales y documentales), quien
fuera fotógrafo de la banda durante su corta existencia y admirador confeso de
la misma, a partir de las memorias de la viuda del artista. Filmada en un blanco
y negro que acrecienta la impronta oscura que engloba las acciones, el film se
caracteriza por la atmósfera poética que alcanza –aún en los momentos de mayor
dramatismo.
Control narra las acciones de Curtis desde su adolescencia en Macclesfield, pueblo cercano a los
suburbios industriales del Gran Manchester (un lugar “gris”, como él mismo lo
definía). Ya entonces puede apreciarse la personalidad enigmática del
protagonista, muy influido por sus músicos de cabecera así como por una lectura
voraz. Entre los primeros, puede citarse a Bowie
y a Iggy Pop como referentes de una
lista que también incluye a Velvet
Underground, Kraftwerk, Roxy Music, The Doors e incluso al
incipiente punk de los Buzzcocks y
los Sex Pistols. En el plano
literario, Ian se inclinaba por Sartre, Herman Hesse, J. G. Ballard,
Burroughs, Nietzsche, Kafka, Gogol y
Dostoievski -por citar sólo algunos. Así, el joven de aspecto intimidante
que vestía con cuero, fumaba constantemente y llevaba la leyenda “HATE” en su
campera era en realidad un ser taciturno e introspectivo de elevada
sensibilidad y madurez, que nunca perdía el sentido del humor. A los 19 años
contrajo matrimonio con Deborah (Samantha Morton), quien luego daría a
luz a Natalie. Fue por esos tiempos
que comenzaba a tomar forma lo que posteriormente se conocería como Joy Division.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhrUq6_8ITUGiPCmGe0UkMRL2MeHzKjx6ReJCFbelxoWA9Q9wFHB0N6xkV8nOYiqutD6b7MQNnvTROHlin-MyPbWzZPbQwUsCdGE5XzIuiv5_h1mduoGiVWKHKIlvwtGMKlP5ItBFAU4B0/s320/control2.jpg)
Las
últimas horas de agonía del músico –en las que vio Stroszek de Werner Herzog
y escuchó The Idiot, de la Iguana
de Detroit- son quizás el punto más alto de una producción atormentadora pero
ciertamente lograda en todos los aspectos –desde el plano estético hasta el
musical, pasando por las actuaciones (destaca Sam Riley en el papel principal), la fotografía y los inquietantes
diálogos. La reacción más esperable tras ver la cinta es el sempiterno ¿Porqué? Lamentablemente, eso no
podremos saberlo jamás. Sólo restan conjeturas (con todas sus licencias, como
en este caso), sólo resta la obra como legado. Y esto no es poco para quien
entendía la importancia del arte como bálsamo para la existencia, y que dio su
vida por intentar descifrar dónde reside la frontera. Quizás la cita sirva para
entender la paradoja de quién nació en la que otrora –durante la Revolución Industrial-
fuera la capital del mundo moderno:
“To be modern is to find
ourselves in an environment that promises us adventure, power, joy, growth,
transformation of ourselves and the world - and at the same time threatens to
destroy everything we have, everything we know, everything we are.”
Marshall Berman, "All That Is Solid Melts Into Air".
Publicado por BC
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