El
nombre de David Lynch es uno que
difícilmente requiera presentación. Los personajes siniestros de pequeñas
ciudades son la marca registrada de sus oscuras creaciones, así como la
confusión argumentativa y la carencia de convenciones narrativas. Es que al
exponerse ante un film de Lynch, el
espectador se somete a la voluntad de aquél y cae rendido ante el virtuosismo
que irradia el desfile constante de situaciones macabras, que acarician lo
grotesco, producto de su frondosa imaginación. No es extraño escuchar un “no entendí
nada” del público posterior al film, aún cuando se muestre complacido y el
comentario no revista carácter de crítica. El director de la voz aguda y el
pelo anárquico porta el estandarte de la forma frente al contenido. Este
último, no obstante, suele ser complejo y estar cargado de simbolismo –por lo
que no debe menospreciarse ese aspecto en la obra de quien posee la curiosa
capacidad de poder generar terror a plena luz del día.
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Así
es como pronto comienza un romance con la trastornada cantante, cuyas
tendencias fetichistas suelen incitarlo a que la golpee o la maldiga. Pero es
cuando hace su aparición Frank (una
estupenda labor de Dennis Hopper) que
las cosas comenzarán a complicarse realmente. Se trata de un personaje violento
y soez, que disfruta de aspirar ignotos gases a través de una máscara. Jeffrey descubrirá que este lunático e
inadapto social, junto con sus infames seguidores, extorsionan a Dorothy desde hace ya un buen tiempo:
tienen a su marido y a su hijo en cautiverio, y los mantienen vivos a cambio de
favores sexuales. Es en este submundo de criminales –donde proliferan las
drogas y hasta la policía está involucrada- que conoce tan poco, donde el joven
deberá resolvérselas para ayudar a la mujer, mientras se enamora
inevitablemente de Sandy.
Es
destacable el contraste que logra el film entre la superficialidad del típico
pueblo norteamericano, por demás ordenado y prolijo, con el mundo salvaje de
los marginados sociales –que tiene sus propias reglas. Por lo demás, es un
compendio (quizás el más emblemático, por cierto) de los elementos
característicos del cine de Lynch
mencionados anteriormente. Vale la pena destacar la presencia de dos grandes
baladas en la obra: Blue Velvet, de Bobby Vinton, e In Dreams, del mítico Roy
Orbison. Son los amenos ecos de sus melodías los que colaboran en lograr el
clima de exasperación y tensión que invade la pantalla durante las dos horas de
película, cual un manto de terciopelo… azul, quizás… ¿acaso importa?
Publicado por BC
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