Ya estás cansado del pochoclo? En busca del buen cine tiene la solución... CINE EN SERIO

lunes, 27 de agosto de 2012

I ♥ Huckabees (Alemania – UK – USA, 2004)




Hay combinaciones que hacen que una película sea ingeniosa, cool, canchera o como quiera llamarse al hecho de ser divertido, gracioso y también profundo en forma simultánea -y exitosa. Como se puede sospechar, no es una empresa fácil. Abundan los ejemplos de fracasos en películas que quisieron lograrlo, y sólo terminaron pretendiéndolo y martirizando a la audiencia (la mención de Little Miss Sunshine se torna inevitable). Pero, afortunadamente, también están las que efectivamente dan en la tecla y logran la mezcla justa de elementos que resulta en una producción de alto vuelo artístico -superando el arduo escollo de la superficialidad. El film que se presenta pertenece al selecto grupo de obras que, sin pretender dejar mensajes, llevan a la reflexión y plantean numerosas cuestiones trascendentes; aquellas que –aún valiéndose de la ironía- generan debates internos en el espectador y cuestionan los credos que éste daba por sentado. Es una de esas obras que deja pensando y llama a la meditación, sin dejar jamás de ser un entretenimiento permanente y estar cargado del elemento más preciado: el humor, acaso la prueba más fehaciente de agudeza intelectual.

Extrañas Coincidencias narra las acciones de Albert Markovski (Jason Schwartzman), un joven escritor ecologista con dilemas existenciales que lidera una organización local que pretende evitar la construcción de una nueva tienda Huckabees. Brad Stand (Jude Law) es el ejecutivo ambicioso y superficial designado por la cadena para sortear el problema. Para ello, se infiltra en la coalición de Albert y lo desplaza como líder –siempre ayudado por los encantos de su atractiva novia Dawn (Naomi Watts), que es la protagonista de los comerciales de la empresa. Un día como cualquier otro, el protagonista se cruza tres veces con un extraño un tanto particular. Suspicaz, atribuye el encuentro a algo más que una mera casualidad. Es entonces cuando decide contratar los servicios del matrimonio Jaffe (Dustin Hoffman y Lily Tomlin), una pareja de detectives metafísicos e idealistas. Tras seguirlo y espiarlo un tiempo, le sugieren a Tommy Corn (un desopilante Mark Wahlberg) –un bombero voluntario que denosta el petróleo- como su complemento, su otro. Si bien la relación entre ambos florece, Tommy no congenia del todo con los Jaffe y se inclina más por las ideas de Caterine Vauban (la gran Isabelle Huppert), una oveja descarriada de las enseñanzas del matrimonio que pregona que la banalidad de la existencia sólo puede enfrenarse con humor. Tras presentar su mentora a su otro, las cosas marchan bien por un tiempo para el trío.

Como suele suceder, tres terminan siendo multitud. El romance que inexorablemente se va tejiendo entre Caterine y Albert  irrita a Tommy, que decide huir. Dawn y Brad, a su vez, han conocido a los Joffe y los resultados no tardan en llegar: enfocados en su desarrollo interior, comienzan a cuestionar la vida hedonista que hasta entonces llevaban. Pero sus nuevas convicciones serán puestas a prueba cuando su casa se prende fuego, con Dawn y todas sus añoradas pertenencias materiales adentro. Quien acude al rescate no es otro que Tommy, y del encuentro entre ambos surge el amor inmediato. Albert –tras una epifanía- decide presentar al confundido Brad a Caterine, con la esperanza de que lo ayude a superar el mal trago. El caos del accidente reúne a todos los personajes, y despierta reveladoras conclusiones.

El director y co escritor David O. Russell (Tres Reyes, El Ganador) logra combinar el elemento hipster con la profundidad de contenidos y modela una interesante reflexión sobre la existencia humana. Apoyado en un elenco realmente extraordinario, se anima a indagar con osadía en los conflictos y las relaciones que conforman la vida misma a través de los estrambóticos personajes que desfilan por la pantalla. De más está decir que no plantea respuestas (ni siquiera lo intenta), pero sí muchos interrogantes enhebrados entre desopilantes situaciones y humorísticos planteos. El divertimento está garantizado; la reflexión, querido lector, depende de Ud. 

Publicado por BC

      

viernes, 3 de agosto de 2012

Control (Australia – Japón – UK – USA, 2007)



Una vez más, querido lector, la película que se presenta está ligada íntimamente a un género artístico diferente como lo es la música. Particularmente, indaga en la vida y obra del músico de rock británico Ian Kevin Curtis –cantante y compositor del influyente grupo Joy Division. La obra es creación del holandés Anton Corbijn (de hecho, se trata de su primer largometraje de ficción ya que hasta entonces sólo había realizado videos musicales y documentales), quien fuera fotógrafo de la banda durante su corta existencia y admirador confeso de la misma, a partir de las memorias de la viuda del artista. Filmada en un blanco y negro que acrecienta la impronta oscura que engloba las acciones, el film se caracteriza por la atmósfera poética que alcanza –aún en los momentos de mayor dramatismo.

Control narra las acciones de Curtis desde su adolescencia en Macclesfield, pueblo cercano a los suburbios industriales del Gran Manchester (un lugar “gris”, como él mismo lo definía). Ya entonces puede apreciarse la personalidad enigmática del protagonista, muy influido por sus músicos de cabecera así como por una lectura voraz. Entre los primeros, puede citarse a Bowie y a Iggy Pop como referentes de una lista que también incluye a Velvet Underground, Kraftwerk, Roxy Music, The Doors e incluso al incipiente punk de los Buzzcocks y los Sex Pistols. En el plano literario, Ian se inclinaba por Sartre, Herman Hesse, J. G. Ballard, Burroughs, Nietzsche, Kafka, Gogol y Dostoievski -por citar sólo algunos. Así, el joven de aspecto intimidante que vestía con cuero, fumaba constantemente y llevaba la leyenda “HATE” en su campera era en realidad un ser taciturno e introspectivo de elevada sensibilidad y madurez, que nunca perdía el sentido del humor. A los 19 años contrajo matrimonio con Deborah (Samantha Morton), quien luego daría a luz a Natalie. Fue por esos tiempos que comenzaba a tomar forma lo que posteriormente se conocería como Joy Division.

Casi sin darse cuenta, y como quien no quiere la cosa, la banda comenzó a adquirir un inusitado éxito, sostenido en la voz grave de Ian, sus perturbadoras letras y la solvencia musical del resto del grupo (Peter Hook en bajo, Stephen Morris en batería y Bernard Sumner en guitarra –que tras la desaparición física del frontman, se transformarían un New Order). Pero no todo era color de rosa. Curtis comenzó a tener ataques de epilepsia, que lo recluyeron cada vez más en sí mismo. Las presentaciones en vivo se le dificultaban por el temor a una irrupción de la enfermedad. Por otro lado, los problemas conyugales con su mujer se acrecentaban y el romance con una reportera belga llamada Annik tampoco ayudaba. La responsabilidad que sentía por su hija y las presiones que lo acosaban de todos los frentes (desde Rob Gretton, manager del grupo, pasando por el excéntrico productor Martin Hannett y llegando hasta las más exigente de todas, la de él mismo) fueron demasiado para el hombre de tan solo 23 años, que se vio vencido por los dilemas existenciales y perdió el control.

Las últimas horas de agonía del músico –en las que vio Stroszek de Werner Herzog y escuchó The Idiot, de la Iguana de Detroit- son quizás el punto más alto de una producción atormentadora pero ciertamente lograda en todos los aspectos –desde el plano estético hasta el musical, pasando por las actuaciones (destaca Sam Riley en el papel principal), la fotografía y los inquietantes diálogos. La reacción más esperable tras ver la cinta es el sempiterno ¿Porqué? Lamentablemente, eso no podremos saberlo jamás. Sólo restan conjeturas (con todas sus licencias, como en este caso), sólo resta la obra como legado. Y esto no es poco para quien entendía la importancia del arte como bálsamo para la existencia, y que dio su vida por intentar descifrar dónde reside la frontera. Quizás la cita sirva para entender la paradoja de quién nació en la que otrora –durante la Revolución Industrial- fuera la capital del mundo moderno:              

“To be modern is to find ourselves in an environment that promises us adventure, power, joy, growth, transformation of ourselves and the world - and at the same time threatens to destroy everything we have, everything we know, everything we are.”        

Marshall Berman, "All That Is Solid Melts Into Air".               

Publicado por BC