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Ingresando en la recta final de un nuevo año que se escapa, resulta inevitable realizar balances acerca del mismo. Y al hacerlo, querido lector, resulta a su vez inevitable recordar a aquellas personas que se han ido durante su transcurso y que ya no están –al menos físicamente- entre nosotros. Una de ellas es Jean-Marie Maurice Schérer, más conocido como Eric Rohmer, el director francés que indagó en los sentimientos de la clase media, conociéndola de cerca y describiéndola íntimamente. Quizás sin una destreza cinematográfica desorbitante, retrató las inquietudes de sus semejantes con gran maestría y concentrándose siempre más en los escritos, en el contenido, que en la forma. En su obra está muy presente la influencia literaria, producto de su gran amor por los libros. La película que se presenta es un claro ejemplo de esto: su título proviene de la novela homónima de Jules Verne y, además, pertenece a una serie titulada Comedias y Proverbios.
El rayo verde narra las acciones de Delphine, una joven que se desempeña como secretaria en París. Se aproximan las vacaciones estivales, y ella ya tiene destino y acompañante: planea irse a Grecia con su amiga Sylvie. Pero, a último momento, su partenaire cancela el programa enfrentándola, sin proponérselo, a una batalla frente a su peor enemigo: la soledad. Porque Delphine no quiere irse sola a la Hélade, pero tampoco acepta las invitaciones de otros amigos: no le gusta estar rodeada de gente; no siente una gran afinidad por las personas. Esta contradicción no es la única que presenta la protagonista, que sueña con hallar un compañero y encontrar el amor pero rechaza sistemáticamente a todos los hombres que se le acercan.
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Lo que se plantea en el film no es otra cosa que las cuestiones existenciales que –algunos más, otros menos- todos cargamos sobre nuestros hombros. El mérito de Rohmer está en que las presenta en forma natural y cotidiana, sobre personajes con los que resulta fácil (y casi irremediable) identificarse. Sin pretensiones filosóficas de ningún tipo, logra plasmar en la pantalla, con enorme agudeza, los diferentes matices que adornan las personalidades y los sentimientos. Se transforma así en un magnífico desarrollador de personajes, como lo hicieran sus compatriotas Balzac y Flaubert en el siglo anterior al de él. Da la sensación de que si no hubiera nacido en el siglo XX, su nombre probablemente sería mencionado con aquellos. La providencia no lo quiso de esa manera. Los amantes del cine, por lo pronto, estamos agradecidos que así sea…
Publicado por BC
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