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La mejor manera de dejar atrás el fabuloso dúo de la entrega anterior (Rowlands – Cassavetes) parece ser redoblando la apuesta. Y para ello, querido lector, la película que se presenta tiene lo que hace falta: un tándem explosivo, histórico y genial; se trata del conformado por Werner Herzog y Klaus Kinski. Enemigos íntimos, tanto su relación personal como profesional sufrió altibajos pero dejó un legado invaluable de cinco obras maestras –el film en cuestión es la última de ellas. Juntos, ambos sacaron a relucir lo mejor de sí. Kinski encarnándose en sus personajes hasta lograr niveles de involucramiento inéditos. Herzog, por su parte, plasmando a voluntad los elementos característicos de su cine: la naturaleza como contrapartida del hombre, ambas fuerzas en equilibrio endeble; la ambición y los delirios que genera; la cámara como simple testigo, como eslabón escondido de un estilo naturalista y documental; la exploración –solitaria e intrépida- de lo desconocido.
Cobra Verde narra las acciones de Francisco Manoel da Silva (Kinski), un granjero de espíritu libre, rebelde y anárquico. Cuando su rancho es devastado por una inundación, se ve obligado a trabajar en una mina de oro. Pero pronto descubre que está siendo explotado y, en un altercado, da muerte a su empleador. Desde allí comenzarán sus ruedos por fuera de la ley, y será conocido como el temible bandido Cobra Verde. Merodeando sus dominios, el forajido reduce a un esclavo prófugo cuyo patrón es el poderoso azucarero Don Octavio Coutinho, quien queda profundamente agradecido por el gesto. Como reconocimiento, decide incorporarlo como supervisor de sus esclavos. Al poco tiempo el empresario descubre no sólo quién es realmente su nuevo empleado sino también que será abuelo y por partida triple: da Silva ha embarazado a sus tres hijas. Indignado, considera que la muerte no es castigo suficiente; el impostor merece ser enviajo a África, a reestablecer el comercio de esclavos. Una misión imposible y, a priori, suicida. Sorpresivamente, el protagonista acepta el desafío.
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“Una obra de arte que encierre teorías es como un objeto sobre el que se ha dejado la etiqueta del precio”. La reflexión, que pertenece a Marcel Proust, bien podría ser obra de Herzog. El director germano se remite a presentar la historia no con objetivos concretos, sino como un retrato más de la eterna (¿y vana?) conquista de lo inútil: como una mera expresión artística. Cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia.
Publicado por BC
1 comentario:
genial.
a.
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