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Una comedia. Una propuesta que, a priori, puede parecer un tanto light. Y quizás lo sea, especialmente en comparación con la película anterior. No obstante, querido lector, es a través de sus ingeniosos diálogos y de su refinado sentido del humor que logra destacarse por sobre otros títulos del género. Se trata del primer largometraje de Tamara Jenkins, que alcanzaría el reconocimiento y la fama casi una década más tarde con La Familia Savage. De marcado tinte autobiográfico, la obra indaga en la adolescencia de una joven perteneciente a una familia –disfuncional y judía- en el Beverly Hills de los 70s.
Suburbios de Beverly Hills narra las acciones de Vivian Abromowitz (interpretada por Natasha Lyonne), única mujer entre dos hermanos –Rickey y Ben- y un padre divorciado, Murray (Alan Arkin). La situación económica de la familia no es buena, ya que la venta de autos a la que se dedica este último se encuentra estancada por la entrada al mercado de modelos japoneses. Pero, recibiendo ayuda frecuente de su solvente hermano Mickey, se las ingenia para mantener la familia en el exclusivo barrio de Los Ángeles y poder enviar a sus hijos a los colegios públicos del mismo. Es así como desarrollan un modo de vida nómade, mudándose de un departamento barato a cualquier otro que pueda aparecer a mejor precio. Es en este contexto que Vivian enfrenta los dramas de la adolescencia: el despertar sexual, nuevos sentimientos frente a un extraño vecino que le gusta, la incomprensión y el aislamiento, el desarrollo de unos senos prominentes… Como si esto fuera poco, se le agrega uno nuevo: cuidar a su prima Rita (interpretada por la bella y talentosa Marisa Tomei).
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El film cumple con los requisitos del género: es dinámico en las acciones, cuenta con personajes estrafalarios y los gags necesarios; en síntesis, lo suficiente para hacer reír al espectador cuando se lo propone. Pero va más allá también y, por momentos, se torna en un drama que analiza las relaciones familiares. Relaciones que tienden, de por sí, a ser difíciles y problemáticas. Así como todo chiste, en el fondo, encubre una verdad –según el Dr. Freud- aquí los momentos graciosos sirven de bálsamo para las tensiones y las situaciones sofocantes. Todo ello sin entrar, acertadamente, en debates o planteos morales que serían superfluos y pretenciosos. Si algo nos han enseñado la posmodernidad y el incipiente siglo XXI es que la realidad supera a la ficción y que nos encontramos absolutamente curados de espanto. Difícilmente pueda sorprendernos lo que arroja la pantalla, pero sí probablemente las conclusiones obtenidas. O, al menos, el mero hecho de pensar en ellas. Por nosotros mismos, claro.
Publicado por BC
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